Bruna Ruiz Planella. La pintura como necesidad catárquica y visceral.
IRENE RUIZ PLANELLA mirando a BRUNA RUIZ PLANELLA
Bruna Ruiz Planella nace en Barcelona en 1996. Es licenciada en Cinematografía por ESCAC Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, con mención en dirección de arte y trabajos en proyectos de cortometrajes.
Descubre la pintura en el último año de universidad a raíz de sufrir violencia de género en 2017. La imposibilidad de verbalizar lo vivido y sentido activan el gesto artístico como vehículo para canalizar las emociones. Movida por la formación autodidacta e intuitiva, halla un estilo muy personal: con una paleta cromática oscura y pastosa, retrata rostros desfigurados y tristes que observan y se esconden tras capas de pintura. En ellos reconocemos algo familiar, puede que incluso a nosotros mismos o los traumas silenciados por el paso del tiempo, pero la sensación de vértigo que provocan hace que miremos desde la distancia y el extrañamiento.
En 2018 expone Ennui en la Galería H2O, una muestra que indaga en las ideas de vacío y oquedad existencial pese a estar rodeado de gente. Con un total de veinte obras, la artista es seleccionada para formar parte de la iniciativa Art Nou Primera Visió y dos de sus piezas se exhiben en la muestra finalista y colectiva en La Capella. En 2020 y en la misma galería, presenta Begitarte junto a Ana Arsuaga. Ambas pintoras exploran el retrato, la mirada y los juegos de identificaciones y reconocimientos entre espectador y rostro representado. Aquí observamos como su lenguaje ha evolucionado hacia uno más abstracto y fantasmagórico con figuras que carecen de género y rasgos identificables. El atractivo siniestro y el tono melancólico que desprenden son el resultado de un trabajo que nace cada vez más de la intuición y la reflexión, nunca de modelos concretos e ideas o esbozos preestablecidos.
Tras el confinamiento, la barcelonesa se traslada a Edimburgo para estudiar pintura en Leith School of Art y seguir desarrollando su obra. Durante su estancia, el deambular y el paseo adquieren vital importancia ya que descubre una nueva fuente de referencias pictóricas: las esculturas religiosas de los cementerios que han sido castigadas y modificadas por el tiempo y los fenómenos meteorológicos. Es entonces cuando vincula la fijación por los iconos religiosos con el duelo de la muerte de su madre a los nueve años. En palabras de Bruna Ruiz, “las caras que busco en los lienzos siempre comparten unas facciones que parecen casi los intentos compulsivos de hallar un rostro perdido, el rostro distorsionado de mi madre vinculado a una imagen idealizada en su momento de la Virgen María”. Dicha herencia se aprecia en aquellos lienzos donde una única figura femenina parece incorporarse y mirar hacia abajo, estableciendo un claro paralelismo con la Madonna y el dolor de la pietà.
A su vuelta a Barcelona, la artista decide seguir una terapia de psicoanálisis, evento que cambiará su modo de vivir y verbalizar la acumulación de microtraumas acumulados, pero también la misma relación con el arte dado que le permite entender cómo el pintar surgió de una necesidad catártica, visceral y cruda tras el episodio de violencia de género. Poco a poco y con el acompañamiento de psicoanálisis, evoluciona hacia una acción vinculada a la exploración siendo así una regenerativa en la que coge consciencia de cuál es su búsqueda a partir del medio pictórico.
A principios de 2022 realiza una residencia artística en Sudáfrica para explorar nuevas y distintas formas de abordar el retrato vinculado al subconsciente, aunque hay un impacto todavía más sustancial: conmovida por la gran presencia de la naturaleza sudafricana, traduce su carácter sublime a las composiciones. Ahora la figura humana no está sola, sino que el fondo toma cada vez mayor protagonismo e incluso se difumina con el rostro creando una confusión entre y sobre el límite del ego y su entorno.
El trabajo de Bruna Ruiz siempre oscila entre la intuición y la reflexión, el extrañamiento y la presencia del rostro. Pero su formación y la cada vez mayor biblioteca de referencias, la ha llevado a evolucionar hacia un lenguaje abstracto, donde el ego y la naturaleza se diluyen, así como también la misma frontera entre espectador y sujeto representado. La incapacidad para identificar rasgos personales provoca que encontremos en las figuras fantasmagóricas algo familiar e incluso personal, algo vinculado al miedo y la huella del dolor. Sorprende como el trazo va tomando mayor peso, como si cada pincelada densa y pastosa que esconde a la figura fuese un microtrauma que aísla al observador de la realidad circundante. Con mayor agudeza, la seducción reside en la aparente contradicción entre el carácter siniestro y la paleta colorida.
Irene Ruiz Planella. Bio MMM.
Bruna Ruiz Planella. Web. Bio MMM.