Vicky Herreros: la única respuesta es la pregunta.
CONSUELO CHACÓN mirando a VICKY HERREROS
La obra artística de Vicky Herreros se construye a partir de una voluntad por evadirse de la lectura racional, de la traducción, de la objetividad, en pro de una participación poética del mundo.
Es característico de su trabajo que las imágenes que construye tomen como punto de partida elementos en los que podemos reconocernos. Sin embargo, la sutil forma de intervenir sobre ellos produce una visión determinante y difusa al mismo tiempo; es común observar su obra y querer encontrar respuestas que tratamos de entrever. Pero por más que intentemos dar respuesta a su perspectiva de la realidad, sin duda, cuando empezamos a disfrutar verdaderamente de su obra es cuando nos hacemos conscientes de que para Vicky Herreros la única respuesta es la pregunta.
A lo largo de su carrera podemos descubrir diferentes modos de hacer, que ofrecen una estética heterogénea donde somos capaces de distinguir cómo sus preocupaciones han ido tomando diversos cuerpos según sus necesidades, según el tema que le ocupara.
Con ello, es imprescindible hacer notar una atmósfera común a toda su trayectoria, y que tiene que ver precisamente con la imposibilidad de leer sus imágenes. Se trata de la “claridad” como elemento imprescindible.
Una claridad que es eminentemente plástica, pero que sin duda es además lumínica. La luminosidad de Vicky Herreros es a menudo una luz que, más que dejarnos ver, nos nubla y baña todo lo que ve el espectador, o bien porque la utiliza como difusor, o bien por ser un elemento que censura la información.
En cualquiera de los casos esta es la luz que experimentamos después de salir a cielo abierto tras haber permanecido en una habitación oscura, y que define un momento donde los equívocos y las imprecisiones son protagonistas como lo son en sus imágenes, cuyos límites acostumbran a disolverse.
Al enfrentarnos a su obra, parece como si la duda se hubiera instalado en cada pieza logrando corromper nuestras creencias. De este modo es imposible encontrar certeza, definir un sentido. Sólo podemos encontrar límites inexactos que diluyen los propios contenidos. Contenidos que habitan como intuición y que incitan, a quien se atreve, a descubrir la verdad que esconden las mentiras.
Comenzó, en los 90, regalándonos relatos a propósito de la sombra, en una suerte de juego platónico que nos llevaba a repensar la realidad que nos circundaba.
Pero las sombras -un tiempo después- se desvanecen como iluminadas por una luz tenue y que envolvía -literalmente- cada cuadro. Es el momento en que trabaja pulverizando la pintura y cubriéndola con capas y más capas de finas sedas que, a modo de veladuras nos alejaban de aquello que anunciaban.
Y el blanco, siempre presente y protagonista de una pintura que incluso, trasciende el cuadro para vagar por el espacio.
El blanco que, como decía Malevich, es la verdadera representación del infinito.
Así también, las obras de Vicky Herreros nos adentran en un espacio sin límites. Portador de la armonía contemplativa del Tao, el gran vacío hace real a la existencia igual que las sombras dan significado al objeto, como dijera a propósito de su obra Amalia Rubí.
La ingravidez de cuerpos informes que en algunos momentos flotan y en otros quedan sepultados por capas sutiles o empastadas de pintura para dejar en suspense lo que detrás de ellas pasa, generando una dialéctica de ausencias y presencias, de contrarios que se complementan y que siempre le han interesado.
Silencios o ausencias para una pintura en la que es esencial la veladura, no sólo como proceso de acumulación y desaparición simultáneas, sino como referencia última a lo que no vemos, lo que la pintura nos oculta, porque quiere llamar la atención sobre ese aspecto de la realidad que trasciende la apariencia.
Sin embargo, unos años después y aún dentro de esa ambigüedad, la artista no prescinde de cierto naturalismo. Es entonces cuando comienza la serie de su trabajo más reciente, en el que recupera postales antiguas que no pretenden reflejar la realidad cotidiana. De hecho no ofrecen información alguna sobre el espacio, que ha quedado sepultado por la pintura.
De nuevo, nada ocurre, aparentemente, ante nosotros. Esta sensación de quietud y silencio, potenciada por el protagonismo de la memoria, nos sitúa como espectadores “decepcionados” ante un vacío de acontecimientos , ante la imagen “desnuda”, que nos incita a entregarnos a la contemplación…quizá, de nuestras propias expectativas.
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