Verónica Ruth Frías. To be & also To be, esa es la cuestión.
Nerea Ubieto MIRANDO a Verónica Ruth Frías
Verónica Ruth Frías es mucho más que una gran artista, es una Super Woman, de esas que transgreden los encorsetados códigos del arte para dar alguna que otra lección de resistencia, humor y humildad. Nada ni nadie se interpone a sus convencimientos, ni siquiera la mismísima Marina Abramovich, porque el arte es de todos y para todos, que quede bien claro. La pieza El Método de Abramovic practicado por Verónica Ruth Frías (no funciona cuando tienes hijos), es una aguda respuesta a las declaraciones que realizó la famosa artista explicando que las mujeres no podían ser madre y artistas al mismo tiempo. En el vídeo, Frías le responde con su propia moneda, el arte, y parodia acompañada de su hija las acciones que Abramovic interpreta junto a la cantante Lady Gaga. El mensaje es directo y palmario: no solo es posible combinar maternidad y profesión, sino que además se puede hacer un arte mucho más auténtico, alejado de rituales estetizados deseosos de impacto mediático.
La reivindicación de los derechos de la mujer y el reconocimiento de su polifacetismo es un tema central en el trabajo de Verónica. También su ensalzamiento, como buena feminista que es: orgullosa, decidida y activista mediante su obra, que es su vida. Lamentablemente, la mujer ha sido relegada durante años a cumplir una función primordial, la de esposa; a desarrollar un instinto único, el de madre; a mostrar una imagen ideal, la de santa. Privadas de la posibilidad de elección y desarrollo personal, se nos condenó a una identidad de muñecas homogeneizadas. En la serie I am a woman, Ruth Frías pone de manifiesto sus múltiples dimensiones vitales de una manera tan simple como efectiva, afirmándolas. Entre otras atribuciones, las pancartas proclaman: I’m mother, I’m a worker, I’m happy, I’m a monster, I’m a nurse, I’m God, etc. La enumeración automática de los statements me trae a la memoria aquel hit de los 90 de Alanis Morissette que muchas hemos cantado: «I’m a bitch, I’m a lover, I’m a child, I’m a mother, I’m a sinner, I’m a saint, I do not feel ashamed». Básicamente, otro reclamo abierto de lo que nos pertenece, sin más.
Tan importante es dejar cristalino lo que somos y lo que queremos, como lo que NO estamos dispuestas a tolerar: que nos subestimen, nos invisibilicen, nos maltraten, nos encasillen y un largo etcétera. El proyecto NO tiene como protagonistas a decenas de artistas que han colaborado con Frías enviándole un retrato de ellas mismas con barba, ese atributo necesario para triunfar. La obra es un homenaje a la artista colombiana Ana Mendieta que se fotografió con la perilla cubierta con recortes de pelo de su marido –el también artista Carl André– y cuyo sonoro “no” parece ser fue la última palabra que llegó a articular en la ejecución de su supuesto suicidio (muchos piensan que fue André quien la empujó por la ventana). El NO es toda una declaración de intenciones: no a la violencia, no a la desigualdad, no a la subordinación, no a la sociedad patriarcal, no a la precariedad, no a los disfraces y por supuesto, no a la barba. Las retratadas se fotografían con ella no para convertirse en lo que no son, sino para apropiarse de este elemento y otorgarle un poder propio.
El empoderamiento es un arma clave para luchar contra los roles y estereotipos a los que tenemos que enfrentarnos a diario, bien sean impuestos o auto-asignados. Es lógico dejarse llevar por ciertas tendencias para no ser incluido en el grupo de los raritos o fracasados– quien esté libre de pecado que tire la primera piedra –sin embargo, eso no significa que siempre tenga que ser así o que no podamos reivindicarlo como propio. Como señala la escritora y perra Itziar Ziga «Cuando una sale a la calle embutida en licra trepadora y ha mamado tanto de la teta del feminismo encarna una paradoja, vive en ella. (…) No creo que nadie recree su identidad o performe su género sin cortocircuitos, sin extravíos, sin miedos, sin renuncias»[1].
Muchas de estas contradicciones se hacen palpables en la performance Tonta la última, donde Ruth Frías es tatuada con dicha frase delante del público mientras una voz en off recita una serie de oraciones con este mismo comienzo, por ejemplo: tonta la última que quiera ser lo que no es; tonta la última que diga, yo para ser una mujer realizada no necesito tener hijos; tonta la última que no llegue a fin de mes; tonta la última que se compre un frigorífico ultimo modelo que fabrique cubitos de hielo con solo apretar a un botón, etc. Tras cada silencio, se repite la plegaria cargada de punzante ironía, penetrándonos lentamente: TONTA LA ÚLTIMA. La ambigüedad en la supuesta validez o incompetencia de las aseveraciones nos hace dudar de cual es realmente la determinación correcta. La respuesta es que no hay respuesta, todo depende de nuestras necesidades en cada momento. Por mucho que nos equivoquemos en algo, nunca seremos la primera ni la última en hacerlo.
La competitividad entre mujeres implícita en la obra anterior se contrapone a la sororidad manifiesta en la pieza La última cena en la que la artista comparte la mesa con sus 12 discípulas. La obra pertenece a la serie A 153 cm sobre el mar, donde Frías se convierte directamente en Dios e interpreta algunos de los pasajes más conocidos de la vida de Jesucristo: la resurrección, andar sobre las aguas, multiplicar los panes y los peces o convertir el agua en vino. ¿Qué hubiera pasado si el Mesías hubiese sido mujer?¿cómo hubiesen cambiado las situaciones? ¿de qué manera habría influido en la posteridad? Son algunas de las preguntas que plantea este proyecto, tan sorprendente como realista. Y digo realista porque hoy en día no existen escenarios donde la mujer no tenga la misma cabida que el hombre. Se construirán lugares con atmósferas diferentes, sí, pero inclusivos y abiertos. Cuando el cuadro de «La última cena» –recreación de la obra de Leonardo da Vinci– cobra vida, el decorado se transforma, o mejor dicho, deja de ser decorado: las hijas de diferentes artistas entran en escena e interactúan con las comensales, otras se besan, dan el pecho a sus hijos, comen el pan, beben vino. En definitiva, la acción cambia de plano y se cotidianiza, permitiéndonos ver –como en tantas otras obras de Ruth Fría – lo corriente detrás de lo elevado. Se puede ser Dios y mujer, madre y mujer, artista y mujer, no hace falta elegir, solo querer serlo.
[1] Ziga, Itziar. Devenir perra. P.48. Editorial Melusina S.L. 2009