Teresa Margolles. Semántica de la necesidad.
IMMA PRIETO mirando a TERESA MARGOLLES
¿Qué supone pasar de carretillera a trochera? Es probable que muchos de nosotros desconozcamos el significado del segundo término. Pero no es retórica, es resignación. Es una pregunta que golpea con fuerza cuando nos acercamos a la exposición «La piedra» y, también, cuando vivimos en un contexto que sigue tan ardiente como muchos de los espacios fronterizos actuales.
Cúcuta es ciudad limítrofe entre Venezuela y Colombia. Un lugar que ha devenido símbolo de un mal contemporáneo, un territorio que asfixia y en el que seguir hablando de derechos humanos es apelar a la ficción. Teresa Margolles (Culiacán, Sinaloa, 1963) da visibilidad a muchas de las cuestiones que atraviesan la actualidad política internacional: lucha de clases, migración, género, contrabando… En resumen, realidad manchada de sangre.
Margolles inició el proyecto en Cúcuta en 2017, antes del surgimiento de la emergencia humanitaria, y empezó a tomar visibilidad en 2019, lo que le permitió ir actualizando e incorporando los cambios en los modos de trabajar y sobrevivir en La Parada (Colombia), barrio fronterizo con San Antonio del Táchira (Venezuela). A lo largo de esos dos años, Teresa Margolles viajó en cinco ocasiones al lugar, en todas ellas pudo señalar cómo las relaciones entre hombres y mujeres, y simultáneamente, entre venezolanos y colombianos, se iban modificando. Margolles da visibilidad a ese tiempo en el que lo inhóspito gana terreno a la vida. Como en todos sus trabajos, necesita sumergirse en el territorio sobre el que trabaja. Observar, ver, entender. Con los días llegan las primeras conversaciones, los encuentros. Surgen de un modo natural nuevos colaboradores, nunca previstos antes de llegar. Vive y convive con personas que buscan no vivir, sino sobrevivir.
Cada ciudad tiene sus propios códigos, algunos provocados por esas amalgamas que aúnan historia, política, economía, identidad y, no lo olvidemos, necesidad. En Cúcuta encontramos su propia idiosincrasia: el humo y el calor, la sed y la tormenta, el cansancio y la alerta, condicionantes de una cotidianidad que se ha vuelto familiar. Hablar de Cúcuta y su espacio fronterizo supone dirigirse al Puente Internacional Simón Bolívar, situado a unos cuatro kilómetros de la ciudad. Y es que, dentro de las ciudades construidas en límites nacionales, las fronteras se levantan como lugar en el que se establecen normas no escritas. Códigos que reordenan el espacio desde la amenaza constante. Desde ahí surge después la tensión, el miedo y la balacera. Elementos que resultan familiares en un contexto que excluye.
Teresa Margolles no piensa en el proyecto que vendrá, actúa junto a las personas. Se inmiscuye en la realidad con el objetivo de establecer nuevos gestos, sutiles, que permitan hablar de inclusión y unidad, de otro tipo de actividad que también se ha erigido cotidiana y que, desde el umbral de la dignidad, sigue subrayando el valor y la integridad de muchos de los seres humanos para los que poder elegir no es una opción existente.
En esas primeras semanas en Cúcuta, Margolles observó, estudió el terreno en el que los cuerpos son conjuntos individuales que deambulan entre la permisividad ilegal. Dentro del tumulto, el cuerpo de la mujer se dispone aislado e incomunicado. Es ahí donde su acción in situ crea un nuevo estado y una nueva realidad.
Muchas de las mujeres que habitaban (y habitan) la frontera apenas se comunicaban entre ellas. A través del acompañamiento y la escucha, Margolles consigue no solo su confianza, sino la fidelidad entre ellas mismas, el apoyo y el reconocimiento de unas a las otras; en otras palabras, el empoderamiento desde la fragilidad absoluta. Una fragilidad acentuada por el contexto y subvertida por la fortaleza que caracteriza su espíritu de supervivencia.
De este modo delimita un nuevo territorio a partir de una reflexión punzante, un espacio triangular en el que cada uno de los vértices responde a una deuda contemporánea: frontera, trabajo, mujer. Un tridente que amplifica la vulnerabilidad de una situación que afecta a toda persona que habita el lugar, aunque no todos viven en igualdad de condiciones. La selección de trabajos que presentamos en Es Baluard Museu acentúa el diálogo entre los tres ápices y abre una nueva brecha que exige ser pensada de forma autónoma: ¿Qué sucede con el trabajo que han de llevar a cabo millones de mujeres en las fronteras? ¿Cómo gestionar una realidad que agrava su vulnerabilidad?
La exposición subraya la importancia de resignificar teniendo en cuenta la realidad sociopolítica y la desigualdad existente en torno al género. Por ello nos adentramos en la propuesta a partir de la tensión y el contraste. Pasamos de la voz al silencio y de la iconoclasia a la imagen para, acompañados y, en cierto modo, retados por miradas, llegar al movimiento y a la acción final.
Casi en penumbra, nos acercan a su intimidad los testimonios de algunas de las mujeres que se reconocen trocheras (1). Escucharlas en un espacio oscurecido, aunque salvando todas las distancias, nos aproxima a esa invisibilidad en la que ellas viven. Oscuridad como la que caracteriza a una realidad nocturna en la que cruzar el puente puede ser más fácil, aunque también más peligroso. Pero invisibilidad, también, porque su existencia en el espacio fronterizo se reduce a la última opción de transporte. Las voces relatan cómo en un tiempo mejor fueron carretilleras, es decir, contaban con carretillas para poder cargar todo tipo de mercancías (alimentos de primera necesidad, objetos o seres humanos). Otras rememoran también cómo en otro tiempo, no tan lejano pero utópico desde el presente que las caracteriza, trabajaban en tareas aceptadas comúnmente dentro de una normalidad. Sus historias acarrean ecos y exhalaciones, deseos y realidad, pero, sobre todo, fuerza, una voluntad férrea de seguir adelante.
Dejando atrás la voz, recuperamos los cuerpos en silencio. Sus miradas van al encuentro de la nuestra sin escapatoria; así, pende del techo la piedra de 30 kg que da nombre a la exposición. Un espacio en el que rige la tensión y el desafío: ¡Mírame! Sí puedo, a pesar de todo, aquí sigo. La presencia del cuerpo y la mirada nos conducen a una reflexión aguda y necesaria: ¿Cuándo la mercancía se volvió inseparable del cuerpo humano? ¿Cuándo se encarnó en la propia fuerza de trabajo?
«No se trata solamente de que la fuerza de trabajo es una mercancía distinta a cualquier otra (constituyendo solo el dinero un término de comparación posible), sino que los mercados en los cuales es intercambiada también son peculiares. Esto también se debe a que el rol de las fronteras en el modelado de los mercados de trabajo es particularmente pronunciado […] Existe también una tensión peculiar dentro de la forma de la mercancía abstracta e inherente a la fuerza de trabajo, derivada de que ésta es inseparable de los cuerpos vivos. A diferencia del caso de una mesa, por ejemplo, la frontera entre la forma de la mercancía de la fuerza de trabajo y su envase debe ser continuamente reafirmada y vuelta a trazar. Este es el motivo por el cual la constitución política y legal de los mercados de trabajo implica, necesariamente, regímenes móviles para investir al poder sobre la vida, que corresponden también a diferentes formas de la producción de subjetividad» (2).
En el último ámbito de la exposición nos acercamos a la acción y al movimiento anónimo. El trasiego de miles de pasos que diariamente cruzan el Puente Internacional Simón Bolívar, que une Colombia y Venezuela, nos sumerge en el gentío diario, en ese contrabando de trabajos, siempre en plural, y mercantilismos contemporáneos. Frente a la proyección, una caja llena de bolívares espera. Una caja que ya en el tiempo en el que la artista la adquirió, la moneda se devaluaba a una velocidad imparable: el tiempo en el que el volumen de un paquete de azúcar ocupaba menos de la mitad del volumen de billetes que necesitabas para comprarlo. En el periodo en el que Margolles vivió en Cúcuta, el bolívar corría hacia su muerte y desaparición, era el tiempo de convivencia entre la moneda nacional y el dólar, siendo, éste último, símbolo de mercado negro y empobrecimiento sin límites.
De ahí que el proyecto que acogemos se cierre con una acción que no sabemos cómo se va a desarrollar. En el momento en que escribimos el texto, solo tenemos los datos: sabemos del origen y existencia de la caja, sabemos que la moneda ya no existe y sabemos que miles de personas siguen cruzando la frontera para intentar transportar necesidades de primer orden o, incluso, personas.
«La piedra» recupera algunos de los ejes que siempre han nutrido el trabajo de la artista. Denuncia sin complejos las crisis migratorias actuales, abre el debate en torno al trabajo y, sobre todo, apunta a la vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres ante cualquier situación. Teresa Margolles establece un triángulo semántico, a partir de los conceptos mujer, frontera y trabajo, que visibiliza y da voz, y devuelve su ser a esos cuerpos.
La exposición invita, por este orden, a escuchar, a aceptar el reto de la mirada y a pensar dónde yace la dignidad de cada uno. De forma simultánea, podemos sumarnos a la memoria de la experiencia. Ineludiblemente, reconocemos nuestra corresponsabilidad en torno a la situación en la que se hallan millones de personas en distintas latitudes. No es gratuito que todo se cierre con esos billetes devaluados, pero en tránsito. ¿No es la mayor devaluación y pérdida la que acontece en estos tiempos al ser humano? ¿No son billetes que, de nuevo, regresan a la circulación, incidiendo en que siempre estuvieron manchados? Quizá es el gesto que surge de la acción el que mejor incide en la necesidad de afirmar cómo el colonialismo impera en las sociedades contemporáneas.
«Las fronteras, lejos de servir solamente para bloquear u obstruir el paso global de personas, dinero u objetos, se han transformado en dispositivos fundamentales para su articulación. Las fronteras desempeñan un papel clave en la producción del heterogéneo tiempo y espacio del capitalismo global y poscolonial contemporáneo»(3).
Y contestan:
«Hace tiempo fui carretillera, ahora soy trochera. Tengo que alimentar a mi familia, sí, me da miedo […] ahí va la balacera»(4).
- Trochero/a: persona que carga mercancías o personas de un lugar a otro. En algunos lugares fronterizos los transportes pueden ser legales o ilegales.
- Mezzadra, Sandro; Neilson, Brett. La frontera como método. Madrid: Traficantes de sueños, 2017, p. 39.
- Ibidem, p. 13.
- Fragmento del testimonio de una de las mujeres que relata su experiencia en el Puente Internacional Simón Bolívar.