Paulina León presenta Doméstika, arte, trabajo, feminismos.
Una curaduría de Paulina León, Gabriela Montalvo y María Fernanda Troya
5to Encuentro Iberoamericano de Arte, Trabajo y Economía (5EIATE)
El mundo productivo había desaparecido para mí.
Paulina Simon. La madre que puedo ser.
El Colectivo nace de la fatiga, de la duda, de la frustración
y del conflicto. Nace en un intento por conciliar mi trabajo
con la crianza de mis hijos; nace -sin entender en aquel momento-
que mi trabajo también es la crianza de mis hijos.
Glenda Rosero
…quise marcar diferencias con lo que viví
y traté de convertirme en un papá presente.
Patricio Rivas
En el encuentro Doméstika, arte, trabajo, feminismos, llevado a cabo en Quito en octubre 2018, se abordaron las problemáticas que se derivan de la relación arte, trabajo y economía desde la perspectiva del feminismo, específicamente desde la Economía Feminista que, al pretender la ampliación y la crítica del análisis económico, para justamente cambiar el centro de atención desde el mercado hacia la “sostenibilidad de la vida” (Pérez-Orozco 2014, 26), puede aportar elementos para comprender las características específicas de la producción artística y sus efectos en las condiciones de trabajo y de vida de las y los artistas. Doméstika estuvo compuesta por mesas de diálogo que interpelaban estas relaciones, así como por un experimento social de adquisición de arte, llamado Zoco, en el que se fomenta el trueque de bienes y servicios de cualquier índole a cambio de obras de arte.
En la actualidad, nadie duda del impacto que las denominadas industrias culturales tienen en las economías nacionales. Varios datos e indicadores muestran cifras del importante aporte que hace este sector al crecimiento económico. Sin embargo, tampoco nadie duda de la persistente informalidad y precariedad en la que la mayor parte de artistas y otras personas que trabajan en el campo del arte, realizan su actividad. ¿Cómo explicar esto?
Después de observar y acompañar durante varios años las actividades y las lógicas de la producción en el arte, vemos que varias de las características atribuidas a lo femenino, tales como la emocionalidad, la improductividad asociada a lo doméstico, y la capacidad de expresión, son otorgadas también al campo de las artes y la creatividad. En no pocos casos, quienes trabajan en el campo del arte, lo hacen en condiciones similares, por no decir iguales, a aquellas en las que las mujeres desempeñan el trabajo doméstico y de cuidados: el espacio en el que suceden estas actividades es la casa, el hogar es el espacio de trabajo; el tiempo de trabajo no se separa del tiempo considerado de ocio o descanso, pues son actividades continuas, permanentes, no susceptibles de esa separación; el cuerpo como uno de sus mayores instrumentos de trabajo, tanto en las tareas domésticas y de cuidado, como en las relacionadas con el arte y la creatividad; y la presencia de la subjetividad y el afecto, tanto al cuidar como al crear, y que además interfieren en la supuesta racionalidad para tomar decisiones de maximización de ganancias o minimización de pérdidas en el sentido microeconómico tradicional.
Durante las ponencias de Doméstika, pudimos escuchar las condiciones en las que varias artistas desarrollan su trabajo. Muchas en casa, en su espacio doméstico, todas mezclando el tiempo de creación con el tiempo de cuidado y reproducción, “Apenas intentaba ponerme a trabajar debía atender una demanda infantil, debía hacer la sopa o picar la fruta, cambiar un pañal…”, “Ahora la vida era levantarme muy temprano para preparar biberones, loncheras, pañaleras, dejar algo cocinado, hacer el desayuno, vestir a ambos niños […] y al fin llegar a trabajar”. En algunos casos, sin tener conciencia de que lo hacían es trabajar. Todas ellas, sin horarios establecidos, poniendo el cuerpo para lograrlo. Siempre, generando y accionando una serie de emociones, de sentimientos, de afectos para desarrollar estos trabajos. En estos testimonios quedó claro que son sentimientos como el amor o el entusiasmo los que mueven las tareas del cuidado y de la creatividad, que es un sentimiento de responsabilidad por los otros, y la culpa, uno de los más fuertes componentes de esta entrega personal. “…o simplemente dar cabida a la culpa que rondaba en mi cabeza”, “Había pasado de pedir perdón por ser ama de casa por elección, a sentir culpa por trabajar, a disculparme por no ser una persona productiva…”, “Traté de seguir la recomendación de que en la vida es más importante ser creativo en lugar de productivo”.
Desde ahí, surgen varias inquietudes: ¿De dónde viene este sentimiento de improductividad? ¿Por qué el trabajo en el arte comparte esta desvalorización simbólica con el trabajo doméstico y de cuidados?
Para Silvia Federici, “El trabajo de las mujeres ha sido invisibilizado. Esta desvalorización ha sido internalizada por nosotras también. Se piensa que los otros trabajos son superiores o más importantes, que nos dan más posibilidades” (2017). Pensamos que este sentimiento se ha trasladado al trabajo en el arte. En los dos campos se ve una autoexplotación, a nombre del instinto maternal en el un caso y a nombre de una vocación creativa en el segundo. Para Paola de la Vega, “Estos elementos definen la precariedad del trabajo cultural en lo contemporáneo, sostenida [además] en un régimen de inseguridad social.” Como lo pudimos comprobar en las exposiciones de Carmen Corral y Alba Pérez en el foro.
En el las mesas de diálogo, también fueron apareciendo respuestas a estas preguntas. Para Paola de la Vega “Para comprender el trabajo cultural y su precarización hay que desentrañar las prácticas de trabajo afectivo que lo constituyen; estas se refieren a los servicios que mercantilizan la reproducción de las emociones, convirtiéndolas en trabajo emocional […] estas actividades feminizadas del trabajo emocional, han tenido poca valoración, dada su construcción social como domésticas y no cualificadas”.
Como lo expuso Alejandra Santillana, “En el capitalismo, el arte se presenta como ambivalencia, porque a la par que es señal de elitización, lujo y poder adquisitivo […] el arte se estructura en nuestros países e imaginarios como forma precaria, desfinanciada, marginal y adorno de todo aquello que es importante.” Citando a Dinerstein (2017), señala que “Desvalorizar significa en muchos sentidos feminizar: el prestigio y el valor monetario son parte de un mundo masculino en donde la economía subordina a la política, las ciencias duras al arte.”
Pensamos que, al compartir características con el trabajo doméstico, asociado a lo femenino, el trabajo artístico se ha visto marginado de la seriedad del análisis económico. Desde el Feminismo, entendemos que esto no es casual pues la separación dicotómica, jerarquizada y sexualizada de cosas y hechos, lógica bajo la cual “se erige al hombre como paradigma de lo humano, se transforma en algo de carácter, no solo descriptivo, sino prescriptivo” (Facio y Fries 1999 en Vacca y Coppolecchia 2012, 61).
La construcción de género, asentada sobre una estructura de pensamiento dual que asigna categorías según sexos, se traslada a varios ámbitos de la vida, con efectos sobre las relaciones de poder, y consecuentemente, sobre el desarrollo de las capacidades y las posibilidades vitales. Este mundo de opuestos se refleja en el análisis económico, que sustenta a su vez otros modelos, sobretodo aquellos que asignan prioridades en términos políticos, sociales y legales. Así, se determinan cuáles serían temas fundamentales o estratégicos y cuáles se consideran triviales y, por tanto, expuestos a la vulnerabilidad y la precariedad.
Una de las implicaciones más fuertes de este proceso de separación ha sido la desvalorización de todo aquello que esté por fuera de este ámbito productivo, cuyos límites se definen en el mercado, como lugar ideal de intercambio, y cuyas características se describen básicamente a través de precios y unidades monetarias. Estas exclusiones además, no se dan solamente en las corrientes liberales y neoliberales de la economía, sino en casi todas sus vertientes. Los economistas clásicos ya distinguían en sus análisis al trabajo artístico y las obras de arte, al considerarlos como elementos excepcionales en el estudio del trabajo y del valor.
De esta forma, se asignan presupuestos risibles al mundo del arte, condenándolo a que no pueda ser posibilidad de vida digna. “Lxs artistas que no están en el círculo de élite, deben hacer malabares para poder pagar sus cuentas, entre otros quehaceres, tener varios trabajos, y minimizar sus capacidades creativas, a las necesidades de marketing, tecnológicas o comunicativas que se requieran. Eso, decimos las feministas, constituye un proceso de feminización. Es decir de precarización, desvalorización y sobreexplotación, en donde el arte y el cuerpo que crea, y por lo tanto trabaja, se vuelve doméstico…” (Santillana 2018, énfasis añadido)
Entonces, nos preguntamos: ¿desde dónde se vienen teorizando las convergencias y determinaciones entre los campos del arte y el trabajo doméstico? y, sobre todo, ¿desde dónde se puede aportar elementos para comprender las características específicas de la producción artística y sus efectos en las condiciones de trabajo, y de vida, de las y los artistas? Todas estas son preguntas que, tradicionalmente, se podrían abordar desde la economía. Sin embargo, el análisis económico ha tendido progresivamente a identificarse con las fuerzas de mercado, oferta y demanda, expresadas primariamente a través de métodos matemáticos, dejando fuera de su campo de estudio a todo aquello que no fuera objetivamente verificable, separando en productivas e improductivas a distintas actividades, pero también a distintos objetos, lugares, necesidades y personas. En una relación de extraña reciprocidad, el sistema de mercado convirtió a la economía, o al modelo económico vigente, en una ciencia rigurosa, objetiva y respetable, a cambio del orden social que ésta contribuyó a construir y legitimar (May 2002 en Espino 2010).
Retomando el planteamiento de la Economía Feminista que propone justamente cambiar el centro de atención desde el mercado hacia la “sostenibilidad de la vida”, creemos que las tareas relacionadas a crear, al igual que las de cuidar, están en el centro mismo de esa vida.
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