La obra de Marie Poirier-Troyano y su exposición Crisálida en el Museo de Genalguacil
NEREA UBIETO mirando a MARIE POIRIER-TROYANO
Marie-Isabelle Poirier-Troyano siempre ha percibido un vínculo especial con oriente, por eso, no es de extrañar que haya aprendido y perfeccionado una de las técnicas más antiguas de esta cultura de forma autodidacta como es el shibori. El término significa “teñido con bloqueo” y consiste en reservar algunas áreas de la tela para evitar que se tiña. El resultado son composiciones de color azul o negro que varían de diseño dependiendo del tipo de reserva aplicada (cosido, doblado, retorcido, atado). Aunque existe cierto control, la obra final siempre está sujeta a un grado de imprevisibilidad muy valorado por la artista, cuyo principal motor creativo es la sorpresa provista por su intuición y las leyes de la naturaleza.
El shibori no es su primer ni único contacto con las telas, toda su producción tiene que ver con el textil, un arte revalorizado en el panorama artístico contemporáneo en la última década, pero que ella comenzó a practicar muy temprano desde su doble origen franco andaluz. A los 5 años su abuela paterna le enseñó punto de cruz cuando iba a visitarla a Normandía. Más tarde, viajaba a Teba (Málaga) y se reunía con sus primas y tías maternas en una casa antigua deshabitada para bordar sábanas juntas. Estas actividades le iniciaron en su gusto por la aguja que, desde entonces, ha permanecido en continua evolución. De una manera instintiva y casi inconsciente, el tejido conecta su memoria con la de las mujeres que la han precedido y genera un legado vivo.
Tejer siempre constituyó un refugio para Marie, una burbuja donde podía cobijarse. Centrada en la aguja y el hilo, el camino se trazaba solo y sabía que podía confiar en el resultado. Por eso no se preocupaba en realizar bocetos o analizar la deriva de la imagen final. Tampoco lo hace ahora. Sus miras están puestas en el presente, en la siguiente puntada, en cómo la aguja penetra la tela y vuelve a salir en un acto orgánico y obediente. ¿A qué o quién obedece? A un impulso interior, una fuerza que conecta directamente el sentir de su corazón con las manos saltándose cualquier propuesta intelectual que ose interrumpir su trayectoria. Esta manera de proceder ha guiado una carrera marcada por la experimentación y los cambios vitales que, en ocasiones, no han permitido un desarrollo más intenso en el ámbito del mercado artístico. Durante tiempo, la producción ha seguido evolucionando a ritmo pausado, como un capullo que se teje lento y espera las condiciones adecuadas para eclosionar. En la actualidad, por fin ha llegado ese momento y su obra brota en todo su esplendor.
En determinadas épocas, el bordado se convirtió en la única forma de canalizar su dolor: llevaba siempre consigo una bolsa con un bastidor, aguja e hilo (en lugar de lápiz) y “anotaba” allí donde fuera como vía de escape, casi de manera compulsiva. En el trasporte público, en las noches de guarda, en las salas de espera… Son composiciones rápidas y sencillas, llenas de frescura y un carácter lúdico y desenfadado. Guiadas por el instinto y el impulso de desviar su atención, se configuran casi como ejercicios meditativos a través de los cuales restaurar su espíritu. En la exposición individual Crisálida en el Museo de Genalguacil se dedicó una pared a estos intervalos temporales, bocanadas de aire coloristas entre lo figurativo y lo abstracto que sirven como inspiración de creaciones más elaboradas.
En la misma época realiza también obras a mayor escala, en negros y colores oscuros, de las cuales se pudo ver un ejemplo al arranque de la muestra. Están bañadas en un tono emocional apagado, aunque en lo estético, la sombra es una gran aliada que conecta a la perfección con el espíritu japonés presente en toda su producción. La técnica con la que están realizadas es «shibori reverse», una modalidad a la que Marie llegó mediante la búsqueda y la experimentación. A diferencia del shibori al uso, donde se tiñe una tela blanca, en este caso se parte de una tela negra y se elimina el color utilizando lejía. Es un proceso de desgaste y desaparición que, a nivel conceptual, sustituye la idea de mancha por la de huella: aquella que permanece a pesar de la erosión y nos remite al pasado. En Karamatsu (2016), pequeños fragmentos de contenido cuasi-óseo se unen con hilo rojo intentando remendar una historia de recuerdos. Por otro lado, la tela Koto (2022) registra las marcas de un paisaje familiar cuya imprimación está diluyéndose para dejar paso a nuevas construcciones, personas y experiencias. Las líneas de hilo rojo conectan lo que queda atrás con lo que está por venir. Antes de llegar al resultado del paño desplegado, la técnica del shibori requiere un proceso lento y exigente que encuentra una correspondencia con las labores de cuidado de Marie en el ámbito vital. La primera fase consiste el coser, doblar o atar pacientemente la tela para que, al liberarla, se genere la composición. La materialidad del paso previo es hermosa y se asemeja a un capullo con dobleces e hilos pendientes.
La artista es consciente de la belleza y fuerza metafórica de las esculturas, por eso conserva algunas en esta fase otorgándoles la calidad de estado final. Uno de los muros de la muestra estaba reservado a cuatro piezas hechas con diversas intervenciones (karamatsu, maki nui, mokume y ori nui) de la técnica japonesa. Colgadas en la pared, habitaban un tránsito permanente: no esperan transformarse o pasar a otro ciclo mejor, sino que ponen en valor su contenido presente. Frente a la espectacularidad explicita del dibujo desdoblado, en el “cocoon” todo está en potencia, las posibilidades son ilimitadas porque entra en juego la imaginación. Representan la expectación más pura y la llegada de un cambio inminente. Cuando se desenvuelve, la magia se acaba, el secreto se revela.
En resonancia con estas piezas y el deseo de poner en valor la etapa de tránsito, destacan dos obras más: Suspense y Crisálida. La primera es un grabado fruto de planchas realizadas con fotopolímero a partir de siluetas de esculturas de shibori. Con el objeto de conservar la forma de las piezas durante esta fase y el trabajo del cosido, Marie las fotografía y las trasfiere a acetato. Así puede plasmar su grafismo en papel y repetirlo cuantas veces lo desee. Las figuras bidimensionales del papel se convierten en extraños seres con raíces que hacen eco a las piezas enfrentadas y remiten a la idea de nacimiento o eclosión. En el caso de Crisálida, podemos hablar de una suerte de ninfa lumínica en tonalidades azules. La figura fluye en un medio acuoso y acapara la atención del espectador gracias a su fulgor intrínseco. De alguna manera, la pieza es una síntesis de la trayectoria de Marie y el momento en el que se encuentra: una obra de carácter líquido que ha sabido acoger los cambios y prepararse para resplandecer.
En los últimos años Marie ha desplazado la técnica del shibori por un tipo de trabajo más abierto y ecléctico que reúne diversos tipos de estrategias y procedimientos. El cambio vital optimista se traslada al ámbito artístico, percibiéndose en los colores y la espontaneidad con la que combina los flujos de hilo y las figuras abstractas. La pistola eléctrica (tufting gun), el punzón (punch needle), los tintes naturales, la aguja mágica o el bordado manual son algunas de las herramientas usadas para configurar piezas que ganan en frescura, madurez y volumen. Los retazos e hilos salen hacia fuera generando formas orgánicas y escurridizas que parecen realizarse de forma autónoma.
Las obras más recientes, sobre fondo azul y amarillos, están vinculadas a su último viaje a América y se inspiran en la ciudad de México DF y el pueblo de Coyoacán respectivamente. Los recorridos de hilos de colores aluden a calles, viviendas y diseños urbanos. Diseños simples y sintéticos que construyen composiciones en volumen. Es una puntada suelta y desinhibida que conecta con el desenfado de aquellas anotaciones rápidas de “cuaderno”. Una forma lleva a la otra, propiciando interactuaciones internas a las que la creadora no pierde la pista. Deja que las cosas sucedan y, mientras ocurren, direcciona con suavidad los contornos. En el camino permite la influencia de las sensaciones fugaces, captando los aires impermanencia propios de la naturaleza.
La obra de Marie Poirier-Troyano se mueve en un terreno flexible que abarca polaridades y subraya procesos. La exposición en el Museo de Genalguacil dio cuenta de las diversas facetas de su producción a través de un recorrido natural y cronológico que culminaba en un mural colaborativo al final de la sala. Basado en prácticas de convivencia y oralidad en torno al coser, se despegaba de la pared hacia el espacio mediante piezas de cerámica que salían de la tela con un carácter instalativo.
Nerea Ubieto. Web. Bio MMM.
Marie-Isabelle Poirier-Troyano. Web. Bio MMM.