Marina Núñez, en lucha contra el canon
MARINA FERTRÉ mirando a MARINA NUÑEZ
El interés de la artista Marina Núñez (Palencia, 1966) por el feminismo aflora en su obra desde que finalizó sus estudios en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca en 1989. Al principio de manera intuitiva, pintando sobre manteles, hasta que descubrió que esta práctica la inscribía «en un marco de acciones que dejaban claro un tema de género que ya contaba con varios referentes». Fue entonces cuando empezó a «leer toda la teoría de la crítica feminista relacionada con el arte contemporáneo y a conocer y admirar los trabajos de las artistas feministas estadounidenses y de algunas europeas como Annette Messager».
Así fue como comenzó a tratar en su obra temas que tuvieran que ver con la feminidad: «Primero, haciendo deconstrucciones de las imágenes que ya existían y, más adelante, proponiendo nuevos modos de subjetividad». Además de reflexionar sobre el género en su producción, protagonizada por «seres diferentes, aberrantes, monstruosos, los que existen al margen o en contra del canon», la artista lo ha hecho también en el terreno de la investigación.
Tras finalizar sus estudios universitarios acudió a la historiadora del arte Estrella de Diego, «una gran referente en el campo de la teoría de género», para que dirigiera su tesis Feminidad y mascarada (1996).
¿Podrías contar algunas de las reflexiones tratadas en tu investigación?
Cuando estaba acabando la tesis me encontré con el famoso libro Gender Trouble de Judith Butler, que habla magníficamente de lo que estaba intentando contar, que la feminidad es una mascarada. Como la masculinidad, claro. De hecho, máscara es la palabra que utilizaban los griegos para persona.
El planteamiento sostiene que solamente hay roles, personajes, que no hay nada más que una performance, una actuación de género. Además, en un sentido amplio, no hay ni esencias de género ni esencias en general. Simplemente, hay acciones cotidianas que acaban consolidándose como una narrativa que caracteriza y, por tanto, define al sujeto.
La conclusión es que no somos entes esenciales, previos a las acciones que realizamos, sino que es la tipificación posterior de tales acciones la que nos da esa entidad narrativa como sujetos.
Entonces, ¿esta visión del feminismo se fundamenta en la superación del género?
No podemos superar algo que en la actualidad está tan marcado socialmente, es imposible. Puede ser que con el tiempo esa socialización de género deje de existir, pero estamos a años luz. No sé si algún día sucederá. Lo mismo ocurre con la raza, la edad, la ideología, etc.
Al fin y al cabo los estereotipos son el modo en que nos constituimos como sujetos. Nos forjamos nuestra identidad en función de las posiciones de sujeto que el sistema nos ofrece. Lo que sí se puede intentar es que estas posiciones de sujeto, sean relativas al género, a la edad o a la raza, no sean tan mezquinas. Que los estereotipos a través de los cuales nos formamos sean más amplios, más variados, más ricos y más numerosos para que cada uno pueda elegir su forma de estar en el mundo.
En relación a tu obra, ¿por qué has decidido trabajar fuera de los límites de lo canónico?
El problema con el canon es que es un estereotipo, como todos los demás, pero que se ha impuesto. Y como es el dominante, es con el que todos tenemos que conformarnos, con el que tenemos que vivir. Mi planteamiento es que ese canon es violento, porque se nos impone de una manera total y excluyente. No deja que vivan otros estereotipos a su lado. Por lo menos, multipliquémoslos.
No se trata de que un nuevo estereotipo ocupe el centro y sea el canónico, sino que deje de haber estereotipos canónicos y, en lugar de ellos, encontremos una multiplicación de diferencias y de otredades. Una sociedad que defiende que los estereotipos canónicos son los únicos viables es una sociedad excluyente.
Dirigiendo ahora la mirada a la técnica que utilizas en tu trabajo, ¿cuándo empezaste a dejar la pintura para utilizar el soporte digital?
Poco a poco. Empecé hace ya muchos años, realizando fotografías intervenidas con óleo, después imágenes retocadas con Photoshop y así, hasta llegar al Software 3D y de efectos especiales, que son las herramientas que estoy utilizando ahora.
En este momento, me apetecen mucho más que la pintura. Sigo siendo una gran admiradora de la pintura como espectadora y he disfrutado muchísimo pintando, pero he descubierto que me lo paso mejor con la ejecución técnica del ordenador que con la de la pintura.
Aunque siempre me defino como pintora porque mi trabajo sigue siendo muy parecido a cuando pintaba. Desde la forma en la que manejo el ratón hasta la postura corporal. Desde la iconografía hasta la decisión de las texturas y las iluminaciones. Sigo estando muy influenciada por la pintura, no solo desde mis inicios en el mundo del arte, sino desde pequeña. Me encantaba mirar las imágenes de los cuadros en las enciclopedias de arte. Especialmente, y es una preferencia que se ha mantenido, el barroco y el surrealismo. En el caso de este último, no tanto por los acabados formales, sino por la revolución que supuso la irrupción del inconsciente y del lado oscuro en la tradición pictórica.
A nivel expositivo, cuentas con una trayectoria de más de veinticinco años en el mundo del arte. ¿Cómo ha evolucionado en España a lo largo de este tiempo la difusión y la visibilidad de los proyectos de las mujeres artistas?¿Te has cruzado con muchas en el camino?
En mi vida cotidiana me he encontrado sobre todo con los artistas de mi generación, los que comenzamos a exponer a principios de los noventa, y es verdad que había bastantes mujeres, que siguen siendo mis compañeras de viaje.
Coincidió que, en esa época, fue cuando las mujeres empezamos a mostrar nuestros trabajos de manera más clara y alcanzamos cierta visibilidad. Es el caso de Pilar Albarracín (1968), Ana Laura Aláez (1964), Eulàlia Valldosera (1963), Susy Gómez (1964), Alicia Martín (1964), Helena Cabello (1963) y Ana Carceller (1964), y muchas más.
Sin embargo, aunque a lo largo de mi trayectoria me haya cruzado con muchas mujeres artistas, lo cierto es que las cifras hablan por sí solas, desmintiendo incluso mi sensación, que antes de conocer los informes de MAV (Asociación de Mujeres en las Artes Visuales) era más optimista. Me di cuenta de que había tenido una percepción sesgada porque justo mi generación tuvo suerte. De alguna manera fuimos «la cuota» y, prácticamente, poco hueco más se ha abierto.
Has participado en exposiciones colectivas de temática feminista y de género y también en coloquios sobre la presencia de la mujer en el mundo del arte. ¿Por qué consideras que son necesarios este tipo de proyectos e iniciativas?
Primero, matizaría que solo son necesarias las buenas iniciativas, con un planteamiento de discurso serio y bien armado, sean de artistas mujeres o sean de artistas feministas, como fueron Territorios indefinidos, Transgenéricas, Zona F, o La costilla maldita.
Estas iniciativas continúan siendo necesarias porque de hecho no existe igualdad, y lo ponen de manifiesto, además de tratar temas muy pertinentes. También es fundamental organizar exposiciones que reviertan una de las grandes problemáticas de la situación en la que nos encontramos: la falsificación de la historia.
Precisamente, cuando empecé a leer sobre el feminismo norteamericano de los años setenta, vi que esta labor de rescatar a las figuras históricas olvidadas era una de las que llevaban a cabo las historiadoras del arte y las críticas feministas. Hacerlo es un deber y no hacerlo supone consolidar una falacia histórica que nos viene fatal.
Volviendo a tu obra, has expuesto en un gran número de instituciones, pero una de tus exposiciones más recientes y de mayor envergadura fue la que tuvo lugar en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid bajo el título El Fuego de la Visión a finales del año 2015. ¿Cómo fue la experiencia y qué significó para tu carrera?
Fue una experiencia maravillosa en todos los sentidos. Por los medios con los que conté, por el espacio, por José Jiménez -el comisario- y por todo el equipo de la Comunidad de Madrid. Todos me han apoyado mucho. Además, la ubicación de la sala es estupenda. Al estar en pleno centro de Madrid, va todo el mundo. La visitaron muchas personas, salió en muchos medios, y también tuve la oportunidad de hacer un gran número de visitas guiadas con grupos y de recibir opiniones de mucha gente distinta.
Me permitió dar más visibilidad a mi trabajo y fue un privilegio contar con el comisariado de José Jiménez, que se encargó de toda la decisión conceptual y del diseño del montaje, aportando una visión muy lúcida sobre mi obra.
Tus piezas también se han podido contemplar en varios museos, entre ellos el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), donde expusiste en su fachada la obra Un cuerpo extraño en 2017. ¿Qué te pareció este formato?
Siempre me han encantado los formatos alternativos y, en este caso, fue muy interesante porque al estar en la fachada la obra llegaba a personas que no suelen ser espectadoras del arte. No necesitaban entrar en el museo para ver la pieza. Naturalmente se fijará más la gente que vaya al museo, pero me gusta la idea de llegar a públicos que en principio no están interesados en el arte.
Le estoy muy agradecida a José Miguel García Cortés, el director del IVAM, por haberme ofrecido la posibilidad de realizar este proyecto, que trataba sobre una línea de trabajo que he estado desarrollando en la que los cuerpos fluidos son más resistentes y fuertes que los rígidos.
En concreto, esta obra también hacía alusión metafóricamente a la situación marginal de las mujeres artistas en los museos.
Entre tus exposiciones más recientes en galerías figuran La mujer barbuda (2017), en la galería madrileña Pilar Serra, y Fuera de sí, en el Espacio Marzana de Bilbao. ¿Podrías describirlas brevemente?
El proyecto de las Mujeres barbudas, nació como homenaje al cuadro La mujer barbuda (1631) de José de Ribera. Son imágenes intervenidas en las que se presenta a mujeres monstruas que muestran una belleza fuera del canon, y en las que el pelo adquiere la forma de sus deseos y ambiciones.
En Fuera de sí mostré obras en las que de los rostros de mujeres emanaba el universo mismo, como supernovas, junto a otras, también de aspecto estelar, con rostros plegados, tensados. Tienen que ver, por un lado, con el pensamiento científico, con la ambición enorme de conocimiento y, por otro lado, con desmoronar la idea de un sujeto centrado, unitario y estable.
Para finalizar, ¿qué medidas crees que deben aplicarse con urgencia en el mundo del arte para lograr la igualdad entre hombres y mujeres artistas?
Para empezar, que en todas las instituciones o centros públicos, y en los comités o jurados que emanen de ellos, se aplicase la Ley de Igualdad. Solo así se puede revertir esta problemática situación en la que nos encontramos.
En lo privado no se puede exigir, aunque se pueda demandar, pero en lo público sí y, quizás, si en este ámbito se cumpliera, se motivaría también el sector privado, por un efecto simbólico ejemplarizante. El problema es que no hay sanciones por no cumplir la Ley de Igualdad. Es cierto que algunas instituciones tienen la clara voluntad de ser paritarias, afortunadamente, esperemos que cada vez más.
Y mas allá de esa exigencia, hay que seguir educando para desterrar esa voz machista interior que casi nadie reconoce pero que sale a la luz en tantas decisiones en las que el género afecta: en la selección de artistas que premiar, exponer, comprar, etc. Soy profesora en la Facultad de Bellas Artes de Vigo y no puede ser que las alumnas, que obviamente tienen la misma calidad que los alumnos, tengan menos posibilidades de dedicarse profesionalmente al arte y que sientan el desánimo incluso antes de acabar la universidad. Porque lo saben, saben que su nivel de dificultad será mucho mayor, los porcentajes son implacables.
© Marina Núñez.Web. Bio en MMM.
Marina Fertré. Web. Bio en MMM.
Imagen destacada: «La mujer barbuda (Ángela) (2)», 2017, imagen digital sobre papel de algodón, 70×104 cm © Marina Núñez