TATIANA MUÑOZ BRENES mirando a MAN YU
La biografía, imagen y trayectoria de Man Yu ya son temas mediáticos. Reiterar en ello sería innecesario cuando se tiene la posibilidad de apalabrar la perplejidad con que la miro, yo, mujer, curadora, bisexual, disidente. Ella, su creatividad, su belleza, su espiritualidad, su acervo cultural, sus capacidades plásticas autodidactas, su expresión técnica, su ascendencia china de primera generación, su disidencia sexual y de género libre de etiquetas. Somos dos mujeres queer (o cuir, según preferencia) que se miran mutuamente, yo leyendo imágenes y escribiendo sesgada por mis propias causas que atraviesan mi subjetividad, mientras me pregunto ¿por qué, entre tantas entrevistas y reseñas, nunca se ha escrito acerca de la obra de Man Yu con una perspectiva LGBTIQ+?
Pero antes, descompongamos el formalismo de sus imágenes para ir afinando el ojo. Una pintura (neo) figurativa con reminiscencias de la tradición londinense de Bacon y Freud, que representa series de cuerpos desnudos, con líneas detalladas y definidas que proporcionan realismo a los surcos, texturas, chiaroscuro, rubores y vellosidades. Man Yu demuestra su nitidez en el dibujo anatómico, sus profundidades, escorzos y perspectivas, combinadas con técnicas contrarias que le permiten añadir componentes más etéreos. La composición se muestra limpia ante la ausencia de fondo, mas las posturas complejizadas poco espontáneas e innaturales de los cuerpos, retan a la artista a alcanzar la armonía visual que de hecho llega a conquistar: un dominio sobre las curvas, nudos de extremidades, quiebres. Destaca el poder matérico del cúmulo de óleos, el cual da fuerza expresionista a las obras una vez miradas de cerca, develando grumos ocasionales. Su paleta es suave y armónica, entre los grises rodeando segmentos más cálidos. Sobresale el trazo apolíneo, un manejo perfecto del dibujo que no duda en pasar al extremo, al de la prominencia de la mancha, con una pincelada más bien espontánea que distorsiona y redirecciona la razón del espectadorx hacia dimensiones más místicas.
Hay algo de inquietante y a la vez apaciguador en los cuerpos pintados por Man Yu. Hay una extrañeza ante la falta de un fondo que pudiese contextualizar la obra, haciendo de ella un algo más efímero y flotante. El negarnos un sostén con historia y contexto explícitos de cada pintura, Man Yu nos saca de lo terrenal para expresarse en un plano desconocido, o como afirma la pintora, espiritual. Los cuerpos ahora coquetean con lo intangible a pesar de su representación figurativa. No son sólidos, hay algo en ellos que se escapa. Son cuerpos dispuestos en distintas combinaciones de relaciones erotizadas, en pares del mismo sexo o individuxs consigo mismxs. Hay un deseo denotado en las miradas enfocadas al otrx, en rostros cuyos párpados y labios se sincronizan en una apertura parcial, creando un gesto extático. Mientras los cuerpos en solitario se miran la piel, se tocan, se inspeccionan y hasta se rasgan, con un gesto calmo y apacible que no deja de evocar un erotismo inmaterial con el sí mismx. Las irregulares posturas y las ondulaciones del óleo evidencian una resistencia al hiperrealismo terrenal. Curiosear la piel, decolorarla, arrancársela, volverla a coser… la piel es un traje. Entramos al tema de la inmaterialidad del ser: la paradoja que propone la obra de Man Yu de una pintura de cuerpos, pero con una conceptualización que trasciende lo sensible.
Dejando los formalismos y semióticas, mi labor es aventurarme pioneramente a un primer vistazo, incompleto y general, sobre la importancia queer de la obra de Man Yu: y es que toca el tema sin proponérselo, y acierta. Los estudios de sexualidad y género están atravesados por una performatividad corporal, pero la artista vira el enunciado hacia ideas más espirituales que pueden asociarse con su herencia cultural del sabio Oriente, todo lo cual le permite salirse del somatocentrismo de las teorías queer que norman la filosofía occidental. Lo queer trasciende aquí las meras escenas lésbicas y gays, tan evidentes y no eufemizadas por la artista. Nos recuerda que nacemos de una forma, y ésta nos condiciona y nos hace prisionerxs.
El género y la sexualidad son parte del traje humano. Es éste un pensamiento al que llega Man Yu a posteriori, sin tener ella la intención de abordar esa temática. La artista, inconscientemente, arrastra todas las problemáticas que están frente a sus ojos y las traslada a las condiciones de la piel. La piel se cuelga. La piel se pone. La piel se cose. Aquí la artista nos cuestiona la relación con nuestro propio cuerpo, nuestros predeterminantes, nuestra ignorancia, nuestra discriminación, nuestras nosologías basadas en la materialidad de la piel. Piel sin la cual alcanzaríamos «ser unx, ser amor», en palabras de Man Yu. Por eso la desnudez absoluta: si no somos la piel, menos aún somos la ropa. Si el mundo de la alta costura proclama que el ropaje es otra piel, el traje humano pinta lo contrario: la piel es otra vestimenta, igual de mutable, perecedera y vacía para el ser.
La magia del traje humano es que cada observadorx lo interpreta a su manera, porque le recuerda su propio interés, sea cual éste sea. La historia íntima (ergo, política) de quien mira la obra, le hace variar a ésta el contenido y su matiz. Apela conceptualmente a la interseccionalidad de temas que incumben al cuerpo, cuerpa, cuerpe, tales como el racismo, el transfeminismo, la orientación sexual y otros; aunque hasta ahora la obra ha descuidado las posibilidades, simbólicas y estéticas, que le aportarían la presencia de cuerpos más diversos. He ahí el valor de una obra polisémica: permite tantas lecturas como espectadorxs existan, apelando a la subjetividad única de cada unx, resonando según las inquietudes e intimidades que le ebullen y palpitan, que son latentes, y laten. No es casualidad que estos lienzos logran tocar las puertas de públicos que no consumen arte.
Es así como Man Yu cumple su trabajo: proyectar su intención de un despertar. Se preguntaba «¿vivir para pintar, o pintar para vivir?»; y ella misma responde «vivir para pintar, y para no pintar», frase asociada a su convicción de profesar amor, con o sin pincel. La artista y la humana se cruzan con la ambición espiritual que da una musa enloquecida.
Una mirada LGBTIQ+ de la obra de Man Yu es sólo una lectura posible, una lectura muy otra, incluso marginal. Propongo celebrar esta polisemia con un reto al lectorx: analicemos la obra de Man Yu, a partir de una frase suya: «La estética sin consciencia y coherencia, no es arte».
Tatiana Muñoz Brenes. Web. Bio MMM.
Man Yu. Web. Bio MMM.
Imagen destacada: El adiós. 2018. Óleo. 201×90 cm
Qué hermoso, me encantó, Tati.
Felicidades a ManYu por su obra y a ti mi apasionada y enamorada del arte, amiga, por tu análisis y tu enseñanza.
Muy hermoso en verdad.