El cuerpo maldito. La mujer a través de la fotografía de Sirya Arias.
LISBET ENAMORADO PÉREZ mirando a SIRYA ARIAS
No existe algo tan problémico y contradictorio en la mujer que su propio cuerpo, esa piel habitada forzosamente connotada de múltiples maneras al nacer. Expresarse, luchar y denunciar desde este cuerpo es ir a la “esencia de las cosas”, es transgredir lo adjudicado a esa superficie en busca de una autonomía real.
La obra de la actriz y fotógrafa cubana Sirya Arias encuentra sentido en un ejercicio violento de desmembramiento del estereotipo femenino a través de la propia representación de la mujer. En cada una de sus fotografías hay un interés por revindicar este individuo desde el uso del cuerpo femenino como una herramienta discursiva. A través de él, expresa un malestar colectivo que le es personalmente cercano. Desde esta dimensión construye series que internamente se mantienen en crecimiento a partir del deseo de la autora por desdoblar un mismo fenómeno en un caleidoscopio de circunstancias que permitan reformularlo y enriquecerlo una y otra vez.
Ensanchar una misma problemática da cabida a exponer las muchas historias que pueden ser asumidas a través de un mismo personaje. Así se entiende Esther, una “máscara-intérprete” que se encuentra constantemente mutando dentro de la “Serie Plastic” (2021). La dimensión comunicativa que adquiere el gesto corporal en cada una de las versiones en que este sujeto se expresa conduce a pensar que es un artículo remantizado en escena. En cada ocasión, es contorsionada de una manera diferente, aparece desnuda, vestida o incluso asfixiada, representa sin dudas una especie de vehículo de exposición introspectiva a través del cuerpo femenino. Cada modelo parece levitar en un abismo de pensamientos en los que puede llegar a aflorar dudas, indecisiones, asfixia existencial y en algunos casos una actitud desafiante hacia el exterior.
Desde un punto de vista mucho más colectivo, Esther simboliza la metáfora perfecta para abordar la estandarización ficticia de la belleza femenina. Cada día son más las marcas y figuras mediáticas que se encuentran proponiendo una narrativa enfocada en la construcción de un prototipo de mujer ideal. La imagen femenina está siendo víctima de una sobre-estetización, la cual a largo plazo está provocando en las mujeres una abusiva supresión de sus rasgos identitarios a través de tratamientos que modifican la forma de su rostro. Esther encarna esta especie de nulidad identitaria, aparenta un rostro que esconde el verdadero, se presenta lúgubre, surrealista, e incluso produce una sensación terrorífica al ser el semblante de un instinto inhumano por desfigurar vanidosamente lo que somos.
La decisión de suprimir la individualidad en función de empatizar con un sentir colectivo hace que la fotografía de Sirya manifieste un deseo profundo hacia la sororidad. Exponer el estado emocional y físico de la mujer en contextos de vulnerabilidad, sobre todo desde la violencia de género y el abuso de poder, es una manera de solidarizar y tratar de habitar minúsculamente experiencias desagradables llenas de dolor y menosprecio.
Contradictoriamente la “Serie Silencio”, constituye un conjunto de obras que estremece los sentidos desde su propia visualidad. Hay en este trabajo, como mismo refiere la autora, una posición por denunciar lo que parece un hábito adquirido inconscientemente desde el temor. Callar se ha convertido casi en una práctica rutinaria para una mujer y no me refiero solamente cuando esta se encuentra encerrada en un círculo de maltrato doméstico donde esta actitud es la más recurrente, sino cuando nos silenciamos frente al acoso, a los chistes machistas de nuestra pareja o del colectivo de trabajo, cuando nos proponemos ignorar al extraño que se acerca a susurrarnos desagrados o cuando soportamos la cortesía cargada de doble sentido. Desde esta dimensión, puede asumirse que la serie dramatiza el efecto del miedo en una víctima a través de la autodestrucción de su cuerpo y la precariedad de su existencia. Lacerar la piel, atentar contra al cuerpo parece en esta serie una manera de flagelar la culpa del silencio, es querer quizás mutilar el origen de la confrontación.
La vocación de Sirya Arias hacia la actuación, ha influenciado notoriamente sus fotografías, de forma tal que estas se encuentran impregnadas de una marcada dimensión dramática. Casi a modo de ese “Teatro, sin texto” al que se refería Roland Barthes en sus Ensayos Críticos cuando conceptualizaba sobre la “teatralidad” de las obras literarias, el quehacer de esta artista participa de una narrativa que se construye en lo estático, en esa amalgama de signos y componentes que surgen de manera independiente a lo estrictamente representado. Es así como hay constantes más allá de la mera representación del sujeto y el cuerpo femenino. El tratamiento de la luz, las locaciones, el vestuario y la propia alegoría simbólica han constituido herramientas que la artista ha utilizado para ampliar el espectro comunicativo.
En la “Serie Ayuno”, Sirya aborda algunos de los temas de su máximo interés, como lo es en este caso, la religión y el aborto, un par históricamente conflictivo y pudiera decirse dicotómico en toda extensión. Lo aparente y lo sugerente son dos elementos puestos a dialogar en este trabajo con el objetivo de desentrañar el universo de reflexiones que se esconde detrás de la ortodoxia más conservadora que muchas veces roza con la hipocresía. Es una serie que trata con suspicacia la falsa moral religiosa, en este caso desde el cristianismo, no solo enfatizando en los criterios contrapuestos e incluso contradictorios que esta religión ha manifestado en relación a la mujer, sino resquebrajando el propio concepto de castidad como cualidad obligada de una fémina dentro de los presupuestos del cristianismo.
Esta serie hace replantarnos hasta qué punto puede conservarse esta conducta en una mujer, cuando la misma se encuentra expuesta a escenarios cada vez más numerosos de violencia sexual. O incluso, de qué forma, se conserva “la santidad” desde un centro religioso marcadamente difuso donde la mujer es el origen y motivo del pecado gestado en el mundo. Enfrentarse a estos criterios, como lo hace la autora, implica replantearse el orden establecido, sugerir una lectura transversal que proponga remantizar los diferentes contextos que han cualificado al sujeto femenino a través de la historia.
Recorrer las series de Sirya Arias conduce a deslizarnos en sus penumbras desde un sentir quizás algo melancólico. Las escenas conmueven no solo por el impacto que puedan causar, sino por la veracidad que esconde la simbología utilizada para enfatizar en la realidad de cada mujer. El discurso es propuesto siempre desde el cuerpo femenino, quizás aludiendo a esa azarosa selección natural de ser uno y no el opuesto, de ser tristemente ese que va a ser cosificado, sexualizado, violado, menospreciado, abusado, maltratado e irrespetado….
Es absurdo pensar que nacer mujer trae implícito a nuestra existencia la posibilidad de estos hechos. Tal parece que encarnamos un cuerpo maldito, connotado para exponerse a la barbarie. Sin embargo, no hay razón que justifique el devenir erróneo que ha presentado la humanidad cuyos vestigios aún continúan reproduciéndose. Hay una necesidad enorme de educar mucho desde este cuerpo, sintiendo un aprecio infinito hacia lo que somos, siendo consciente de no existen nada en él que lamentar.