¿CÓMO SON «NUESTRAS HERMANAS»… las creadas/revividas, metafóricamente, por Iris Pérez Romero desde el lirismo visual y, múltiples asombros?
YLONKA NACIDIT-PERDOMO mirando a IRIS PÉREZ ROMERO
… Como la vida y la muerte; como los albores que se entrecruzan al llegar un período de entreguerras en el mundo; como la música triste, taciturna, que se escucha en las noches al agitarse la espera; como la rara atmósfera que se respira cuando ha desaparecido el aire puro y, el olor a viento bueno.
Son ellas… más vida/muerte o muerte/vida que el mutismo, o, la inmarcesible pasión amorosa que arde, que no se hace consciente, que se provoca, que se acumula con impulsos, sin propósitos, con versos, con sacrificio y sin voluntad, que se señala, que se agrupa en el dolor, que se hace ajena, precocidad sexual, objeto envuelto en la piel, arrastre de batallas, sentimientos enajenados, violencia candente… Así es la vida de esas, «Nuestras hermanas», representadas por Iris desde la cruel arbitrariedad del tiempo, en fuga, ahondadas sus miradas por la grotesca opresión genérica.
Son «Nuestras hermanas», de Iris Pérez Romero (Santo Domingo, 1967), no un proceso creativo de victimización per se de sus cuerpos, ni aun cuando lo infrahumano de sus vidas las muestre dislocadas.
«Nuestras hermanas» son … su ir y venir por la existencia, para releer visualmente –nosotras- todas sus expiaciones, avasalladas sin ocasión de resucitar; sin pensamiento propio, con delirantes destinos, como involuntarias naufragantes en la tempestad; melancólicas, lúgubres; sobrevivientes algunas y, otras idolatradas cuál místicas presencias; inclinadas a la neurosis, al egoísmo, derrumbadas en su sed de ternura; íntimas, exquisitas cuando de amor se habla y de su culto-al-amor; veladas y vetadas, dedicadas al sacrificio inútil; gotas de la última lluvia y de la última sangre vertida por ellas; compañeras de las tardes que viajan al final de la primavera sin ser pasajeras verdaderamente las otras; las que no comprenden la libertad porque no pudieron dejar de estar ahogadas por el temor, exiliadas sin ser nombradas por el desconsuelo, en fin, hechizadas por flores marchitas y por el aroma de sus cabellos revueltos, lo insólito y lo recóndito del misterio cerrado y abierto a la vez.
Es ésta, la de Iris, «Nuestras hermanas», una creación de piezas contestatarias a la impunidad de los crímenes de género, sobre todo, a los feminicidios, y me atrevo a afirmar que, nosotras, las hermanas de ellas, de las otras, no tenemos que hacernos a la mar más, ni viajar más para ver a nuestras hermanas agonizantes, convulsionadas, dormidas por la intensidad del amor y el desamor, confundidas por el estruendo de sus gritos, con una preexistente apatía, cobardemente vivas y cobardemente muertas, enardecidas y abyectas, renacidas y recuperadas como nuevas mártires fulminadas, mártires juzgadas, mártires despreciadas, mártires vencidas por el acero y, mártires reprochadas que dejaron la casa o a su “héroe subyugante” en un lugar no entendido como hogar.
Son ellas las que no enviaban las misivas esperadas a sus hijos, las fallecidas y desfallecidas; las que no cuentan ya (y no pueden hacerlo) cómo languidecieron cuando no hubo tiempo para renacer o re-inventarse.
Son ellas, nuestras hermanas, las conmemorativas, las que se nombran en estadísticas oficiales, las que se “fueron” sin despedida y sin encontrar el horizonte de sus sueños; las que hoy sublimiza una mano de artista.
¿Es que acaso tú, Iris, puedes sublimarlas a ellas, a nuestras hermanas, a las que cruzaron por la vida dejándonos muchos enigmas?
Quizás, sublimarlas, es, amarlas aún después de la muerte. Tenerlas inscritas en la intensidad de tu imaginación cuando ellas no pudieron quebrantar los tormentos de su ¿mundo real? ¿Es que acaso tú, Iris, tienes fiebre intensa de recordarlas, de salvarlas de sus desvaríos, al apagarse sus existencias fragmentadas por el desencuentro?
¿Qué les ha faltado a ellas, luego de morir en la anomalía del anonimato? ¿Dónde están los puentes de orquídeas y de hojas secas o de madre yerbas que, desde el otro orden, se extienden para no encontrarnos con ellas, o, acaso tú ya los tienes delineados, dibujados, capturados como reminiscencias?
Se hace casi imposible entender porqué ellas, nuestras hermanas, ya no están. Siento que no hay suficientes poemas para evocar sus memorias ausentes, que las desdoble, que las llore no sólo desde el abismo o la desolación palpitante. ¿Qué encarnan ellas, Iris, desde el impulso de los trazos/líneas que muestras en colores? ¿La melancolía, el lamento puro, el costo del amor-pasión o el costo del cuerpo-placer?
Desde la cripta muda del desamor, Iris Pérez Romero levanta, espiritualmente, a nuestras hermanas; desde ese extrañísimo jardín que no es simplemente verde, porque palpita solo de desolación, para que sus rostros sean conocidos, y no estén a solas, sin corazón y sin alma. Emergen de la historia anónima a la historia no crepuscular, a la historia del tiempo, a la que se hace himno de vida, himno de alianza.
¿Qué discurso visual hay allí, en esos rostros trashumantes desde los cuales ellas nacen sensitivas, sin las tímidas violetas del olvido, o desmayadas en una inefable sonrisa? Quizás Iris las hace llegar sin el yerto sudario del abandono, sin la soledad que traen al no poder ostentar la belleza de una pasmosa rosa vertida sobre su tumba.
¿Qué ha escogido de ellas, la artista? ¿La expresión de sus sentimientos íntimos, cómo se veían a sí mismas frente a un espejo redondo, triangular o cóncavo, o tal vez las razones obvias por las cuales desean ser conocidas y despertadas? –No lo sé.
«Nuestras hermanas» es una obra visual/ biográfica y de testimonio, de mucho corazón, donde la artista entró en comunión/comunicación con ellas. Es una obra que no se escuda en la evasión, sino en la sensitiva tristeza, en el desengaño herido, en los cantos que quedan de las cenizas, de las pérdidas de ellas, cuando sintieron no tener voz, ni siquiera una voz secreta.
Este es un discurso pictórico que se lee con la sensación de estar sentadas sobre el borde de una roca que tiene como título «Yo»… «Yo»… «Yo»… «Tú»… «Tú»… «Tú»… Porque todas ellas, nuestras hermanas, son el «Yo-Tú», el yo-tú sombrío y ondulante de sus cabellos, de sus besos palpitantes, de sus entusiasmos, de sus encantos, de sus oídos, de sus arrepentimientos, de los violentos celos, simbolizados en los colores del rojo, el amarillo, el negro, el gris, el azul, el marrón y el intenso naranja. Son todos estos colores los que resimbolizan la refundición de sus almas.
Y NOS SORPRENDE IRIS…
…con estos dramas humanos que nos perturban (donde se siente el tacto, las manos de la artista, sus figuraciones ejecutadas, un tipo de retratismo óptico desde el irismo que se muestra como líneas pensativas, contornos que encarnan sentimientos, como si los mismos rostros de ellas oscilaran en conjunciones de luz para darle una nueva sensibilidad a los colores) sólo tenemos una opción al verlos, al contemplarlos trabajados en distintos tonos cromáticos: entender que, nos develan las incógnitas de sus partidas.
Iris, a través de este tipo de retratismo óptico, legítima la seguridad de nuestras hermanas de estar -referidas sus vidas- a través del arte. Cada ojo puesto en estas piezas, es un ojo que buscará la perspectiva desde la cual se dejará herir por el azul, el rojo o el amarillo que son alboreantes, tonos que revelan las diferentes estaciones de la vida de ellas, lo que vivieron en la edad de la inocencia, en la edad de reposarse en el crepúsculo y en la tarde, en la edad de que fluyera en solitario el mar, en la edad en que el tiempo se hace en las mujeres una libérrima espiral de desconcierto o un círculo donde el desahogo y la franqueza no dan (por seguro) oportunidad para huir del destino.
Iris Pérez Romero con este conjunto de piezas que, al parecer, nacen de sus manos para hacer realidad (desde la bóveda del cielo) el retorno de ellas, nos cuenta que la vida, mejor dicho las vidas de nuestras hermanas, están en gravedad, consoladas y desconsoladas, amargas, patéticas, irreconocibles, sin desengaños… todo lo cual nos hace dejar, en este testimonio, esta pregunta para la humanidad: ¿Por qué han de ocurrir estas grotescas muertes; por qué tantas luchas, tantas consignas (contra la violencia de género hacia la mujer) no se escuchan, y sólo vemos el enloquecer de la locura, ese enloquecer que coloca al mundo al revés, y lo hace una montaña rusa que no para?
Quizás Iris -a través de estas piezas- desea exorcizar el espectáculo de los mundos idiotizados, el rictus no reconocible de lo patético, la desesperación del vacío, ese salto, esa trampa que conduce al dolor al ser. Quizás Iris -contenga en su paleta- la tristeza más alargada por la dignidad vejada; quizás la creadora procura mostrarnos su inconsciente apresurado sobre esa sanguínea contienda de tantas mujeres que no pudieron tener su ser despierto para saber cuándo la muerte asechaba sus cabezas.
«Nuestras hermanas»… esta impresionante colección de piezas circulares y rectangulares, creadas en 2019, es el diagnóstico visual que nos da de frente de cómo nuestras hermanas fueron víctimas de la supremacía de las máscaras patriarcales que surgen y resurgen constantemente como espanto en el amor-romántico, en cada burla, en cada gesto, al entender (a través de la paleta de Iris) cómo partieron nuestras hermanas idiotizadas o sin haber podido revelarse.
Estos retratos de ellas, creados por el irismo, son sus despedidas inefables; su morir muriendo, su gloria excesiva de ingenuidad, su exótica belleza hecha imagen de frente a los vivos, a los vivos suyos cercanos o lejanos en una mañana, en una tarde o en una noche fría de luna llena.
No es fortuito que Iris descubriera en su taller de artista que, es posible cuestionar (desde el ser) a la improbable certeza del azar, a las incongruencias del destino, a las farsas de existencias que se ponen en escena entre los contrarios, entre los que en algún momento sonrieron y, en otros, se amaron.
La creadora, sin embargo, no quiso dibujar un mundo totalmente lóbrego para sus hermanas, sino su espiritualidad auténtica, en una dimensión de infrarrealidad, no de simples roturas aparentes, sino de luz desde el asombro; ese asombro único, airoso, que se observa en sus rostros, en sus ojos radiadores de encuentros y desencuentros.
Es cierto, en algunas ocasiones, el arte esboza delirios propios y ajenos; la personalidad de quién descubre cómo persiste o no el equilibrio en las formas. Es por esto que, Iris escoge las tonalidades/espesuras que les permiten desglosar la amalgama/variedad de los opuestos, de los contrastes, de las disonancias, para re-crear/desentrañar las máximas expresiones de los rostros de nuestras hermanas.
Iris las pintas queriendo abrirles su entrada de manera libérrima a otro «barniz» de vida; pero otras, al parecer, no desean –ni al través de sus miradas- revelar sus secretos. Se quedan en lo íntimo o en sus vivos pensamientos. No obstante, en cada mujer presentada se asoma la percepción suprasensible de la creadora. Es como si Iris escogiera, al final de cuentas, que ellas con dulzura la visitaran y, que al hacerlo no teman disimular nada. Son criaturas que sienten y padecen, que muestran aprendizajes individuales, abismos y espectros.
La historia de nuestras hermanas –víctimas de feminicidios- se ha narrado en estas piezas donde gritan unas, de manera silente y, otras, con estruendos. Y las que gimen parecen regresar de su padecimiento y de las mentiras del éxtasis, porque han abolido sus memorias; no están en crispadas, sino suspendidas en la otredad, sin querer otros vientos furiosos cerca de ellas.
«Nuestras hermanas» es un manifiesto visual, una cartografía en la cual se recorren presencias, espacios, puntos geográficos de la República Dominicana en los cuales lo primitivo, lo atávico, detuvo un corazón, y dejó a las estrellas distanciadas de los ideales del amor.
Estas piezas nos ofrecen la comprensión (de las causas de los feminicidios) de la artista Iris Pérez Romero desde una sinceridad desgarradora. Tienen connotaciones, significados y claves que sensibilizan; advierten sus inquietudes, el destrozo a sus sentimientos que les provoca la causa de otras, de muchas otras víctimas de la ironía del destino, en este caso, la muerte sin tiempo, la muerte macabra sin pantomimas que burla todo (a la justeza, a lo elemental y, hasta, a la causalidad).
Estas son las fisuras de esta época, de la “civilización”, la cuerda que nos atrapa, las piedras con las cuales se tropieza cuando se promueven las políticas públicas de protección a las mujeres, a sus derechos humanos.
Iris Pérez Romero ha conectado su corazón con ellas, ha cuidado verlas y tenerlas a su lado para darles una nueva crónica a su viaje de ida: la ternura.
PERO: ¿QUIÉNES SON… «NUESTRAS HERMANAS»?
Cada una: una metáfora liberada en la confusión/desconcierto de la imaginación; trazadas con una complejísima biografía, puesto que la cuestión era encontrarlas, hacer sus rostros desde el movimiento, el ritmo y la diversidad de las líneas; darles un rostro para que dejaran de ser un nombre más del almanaque que aún permanece colocado al lado izquierdo de la puerta de entrada de sus casas.
Todas se comunicaron entre ellas, y se hicieron un nosotras. Iris Pérez Romero propició que esto ocurriera, que se proyectaran hacia el porvenir, no solo hacia el pasado, sino que reflejen su liberación presente, como un presente de revueltas inconclusas; con una anatomía fuerte, deshaciendo el tiempo anterior. No son simples arquetipos de mujeres; son más que evocaciones de hábiles trazos, pintadas, plasmadas con un colorismo creado por la artista sobre soportes de formicas.
Nuestras hermanas están optimistas. Iris las despierta, las reconstruye en su taller, toma sus fragmentos inertes en la tierra. Cada pincelada se agota en la explicación de cómo fue la urgente carnada en la cual cayeron el día de su asesinato. Pero triunfan (ahora), no obstante la muerte. Huyen… huyen de la calamidad; no son cabezas en la escena de una vida incierta. Viven ahora viviendo desde la huída. Se hacen humanidad, no una abstracción. Tienen la belleza que soporta su alma de trasmundo, engrandecida por el arte. Tienen la belleza de la luz sorprendida por el azul, el rojo, el verde y el amarillo. Tienen la gloria, no de la aldea o de la ciudad, sino de los laberintos de un intelecto que se hace huésped de sus sueños truncos.
Son ellas, las hermanas de la artista, a las que hace honores post mortem en la pintura, en el sentido de perennidad de estos cuadros que las retratan con colores vibrantes.
¿Por qué Iris fue detrás de nuestras hermanas? ¿Por qué las cubre de una apoteosis, de presencias, con sus ojos y con sus bocas como si de lo inmóvil regresaran? Pinceles y más pinceles toma en sus manos la creadora, y rehace con sus trazos libres (gráficamente) su re-encuentro con ellas, con el encanto del vivir y de vivir perdido por ellas.
Dibujo y color, en la paleta de Iris Pérez Romero, representan la desconfianza en el amor por ellas, y la violencia del amor. Son diálogos inquisitivos, desgarramientos de sus consciencias, sospechas grises del porqué tuvieron una última hora sin un epitafio; es el azul el significado de lo que corroe; el rojo, las chorreantes caricias; el verde lo rápido que es perder al mundo visto; el amarillo, lo inconcebible y lo innegociable.
Son colores, además, en contrastes, difuminados que narra la mano que traza; una mano que danza, que azuza, que se hace génesis de un silbido lejano que habla a un corazón; son las manos que trazan, las que cortejan la poca retaguardia que tuvieron para escapar de la opresión; son manos combativas las de Iris, manos trémulas pero en explosión; síntesis de la no-indiferencia, síntesis de crónicas, síntesis de lo que buscan proclamar: cómo es la violencia genérica contra las mujeres.
¿Por qué Iris Pérez Romero busca una tribuna pública para nuestras hermanas, y no sólo un escenario de exhibición en un mural o en un ambiente donde se discuten políticas públicas? ¿Qué tiene Iris que decirnos, que contarnos con su obra visual; qué nos quiere arrojar de frente que no quede sólo como poema o manuscritos inéditos de un testimonio guardado de nuestras hermanas? – Quizás la heroicidad de ser ellas las inmoladas, a espontaneidad, sin saberlos; las que no pudieron ser evasoras de sí mismas, las que en sus cabezas solo llevaron como adorno al viento que revolotea a su pelo; las que, inquietamente, hoy conversan frente a frente, cara a cara, ya no más de espaldas.
Iris, ¡al fin!, las hace conversar; las une, las presenta entre sí. Le crea una red para que intercambien. Las hace imágenes; les da, no rostros de mármol a través de una escultura, sino un rostro que inspira, que no se esconde, que sabe escuchar ya las vorágines que les asechan. Las hace a cada una elegía para el alma, luz que combate al dolor; las llama con fuerza, y ellas acuden. Ahí, en cada rostro creado por Iris, están sus gestos, sus osadías dormidas. Son retratos de su juventud hechos con distintas geometrías, con narices, con labios, con pómulos, con orejas, con exaltación de sus palabras.
Son nacidas de sí mismas. Nacidas de sí mismas de nuevo, nuestras hermanas. Ya no más provocadas por la habitación oscura donde escondían su dolor. La plástica las ha hecho singulares, dignas, como la primavera, y la llegada del alba. Erigidas con el apoyo de la mirada en rostros sin timidez.
Iris Pérez Romero las ha salvado de que fueran contempladas sólo como cadáveres o con rasgos espantosos. Las ha llamado a ser inmortales, no voluptuosidades, evocaciones telúricas o reducidas al humo. Las plasma cuando la luna es media luna o luna llena; cuando el cielo se hace celestial, y las estrellas en la noche hablan trayendo sus confidencias. Ya no están más en emboscadas; ya los bosques explorados por ellas no son caminos de esclavitud sexual. No son Evas en la naturalidad que ofrecen sus cuerpos. Ni senos dados para que se recorran como copas para el placer. Están liberadas del instinto, de la clandestinidad, de la torpeza, de los que van y vienen por sus existencias.
Iris nos grita: «Déjenlas vivir…», «Déjenlas ser…» «¿Es que acaso no ven que son nuestras hermanas» Para reafirmar luego: «No puedo ser indiferente. No puedo continuar mirando al mar y a su horizonte desde el balcón o el techo de mi taller, guardando mis lágrimas por ellas o desplomándome en la cama sin poder hacer algo por ellas. Algo tengo que hacer; no puedo dejar que el tiempo siga corriendo sin hacer algo. No puedo continuar con este dolor; necesito fuerzas para no dejarme abatir más por todas estas cosas tan horribles que suceden a diario. No puede ser que sigan matando a mujeres…».
Y es, precisamente, cuando –en ese momento de llanto contenido y no contenido, de angustia casi letal- llego a su taller, al taller de la artista, y me siento ser parte de ellas.
Iris entonces me dice: «Nuestras hermanas han visto la luz y el horizonte no solo del mar, sino también del cielo. »
Por las ventanas del taller de Iris Pérez Romero penetra la luz del sol al despertar desde el Oriente. Es como si nos trajera la otra luz, la intensa luz interior, que ya no dejará que ellas estén enlutadas ni lúgubres.
Iris ha quebrado la línea del tiempo. De errantes que eran los rostros de nuestras hermanas, ahora son óvalos en lo real, en lo que se contempla de ellas. Las observo, y entiendo que la misión de la artista ha sido cumplida. Con paciencia, Iris ha permitido que todo fluya. Hizo crecer dentro de ella la compasión que se hizo presencia. Ha triunfado lo espiritual: el espíritu de nuestras hermanas asomado en sus fisonomías, no como insólitas máscaras. Han sido dibujadas con gracia, aderezadas, creíbles, sin arbitrariedades, desde la mirada prístina de una creadora que ha preparado su encuentro con ellas.
© Iris Pérez Romero. Web
Ylonka Nacidit-Perdomo. Bio
Imagen destacada: «Nuestras Hermanas». 2019 24 x 24 pulgadas. Óleo, Iris Pérez Romero