Iciar Yllera. Materia y consciencia
BLANCA MORA mirando a ICIAR YLLERA
“El ser humano es una entidad indivisible, una unidad integrada de dos atributos: materia y consciencia, y que no puede permitir brecha alguna entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre vida y convicciones.”
Esta frase de la filósofa rusa Ayn Rand sobre la dicotomía ontológica humana es, desde una perspectiva concreta, adecuada óptica con la que asomarse a la expresión artística y vital de Iciar Yllera.
Madrileña de San Lorenzo de El Escorial, su compromiso con la materia pictórica es tan corpóreo, intenso y directo que su presencia personal suele sorprender a aquellos transeúntes con quienes se cruza al emerger de su estudio tras finalizar una jornada de trabajo, rebozada en pintura, después de, como ella misma testifica, “salir de un campo de batalla”.
Esa colisión material durante su proceso creativo se da en torno a un universo mental tan rico en componentes propios que Iciar dedicó su formación universitaria a la Filosofía (en universidades de España, argentina e Italia), para entenderlos y ordenarlos. Necesitaba dilucidar los principios directores de ese marco de realidad conjunta del que los seres vivos participamos, cuyas partes ella selecciona y comunica en forma de arte. Y en brega con la materia que transporta esa información.
Por eso considera el Arte “un canal de expresión que excede lo lingüístico y complementa la racionalidad y la manera de relacionarse con la materia y el propio Mundo”. Dentro de esa organicidad, le interesa la pintura que causa conmoción, que remueve de una manera profunda al espectador, interlocutor de un mensaje intangible que rige sobre la mera plasticidad estética.
Iciar define su estilo pictórico, que en su incipiente carrera ha fluido desde la figuración, articulada desde el retrato a paisajes comprometidos, al cuestionamiento social y emociones abstractas manifestadas en movimiento, como “expresionista que coquetea con lo abstracto”. Amalgama materia e intangibles en un equilibrio orbital entre la explosiva fusión del pigmento (que estalla sobre el lienzo, y salpica) y el talento que le da rienda.
De alguna forma la obra de Iciar habla de Tiempo, magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, mas queda sujeta en instantes eternos por su pincel. Para ella este indisoluble compañero del Espacio es punto de encuentro, condición de posibilidad que acuerpa, transporte natural del cambio, del movimiento; dinamismo y animación que ella, paradójicamente, expresa fuera del propio tiempo, sujeto a la estaticidad infinita del plano pictórico, lenguaje único e inmediato que nutre de otras influencias artísticas, como el teatro, la danza y el cine. Iciar los traduce y encripta en 2 planos espaciales.
Kiefer y, sobre todo, Goya son sus principales influencias en la pintura. En Goya ve la esencia de España, del claroscuro español, el contraste continuo de sombras y luces, del conflicto, que son esencia idiosincrática española. Como él, encuentra en el arte una vía de escape al sufrimiento, canal de crítica social desde un lenguaje universal que apela a lo visceral.
En su creación, ahora que se van conquistando espacios públicos de voz femenina, hay una reivindicación de sororidad hacia todas esas mujeres a las que no se pudo escuchar. Por ello entiende que feminizar el arte, tan acotado (en general) históricamente a la perspectiva masculina, implica enriquecerlo con la sensibilidad, empatía y experiencia subjetiva de las mujeres, antaño limitada a casos artísticos concretos y a traslucir en aquella obra masculina más entretejida de convivencia con mujeres, como la literatura
de Lorca.
Iciar es joven, nacida en 1996, pero lleva exponiendo desde los 18 años, por primera vez en la Casa de la Cultura de San Lorenzo de El Escorial. Ya entonces, dentro de una dualidad personal, se entendió en querer ser artista, a la lumbre de esta particular urbe de la serranía madrileña, cuna y núcleo que le ha dado “el empuje y la credibilidad” para dedicarse a la pintura, a través de personas que confiaron en ella.
Desde entonces su producción se viene mostrando en galerías y centros culturales de otros lares, como Madrid, Girona, Barcelona, Salamanca o Segovia. La pandemia le sobrevino con su vocación artística “en barbecho”. Recuperarla, al recluirse en el refugio de su nuevo taller, le ha supuesto una suerte de renacimiento, caldera de nueva energía que transcurre por nuevas vertientes de expresión artística, por ejemplo despegando de una pretérita sobriedad cromática basada en la regia circunspección escurialense de la que su mirada venía embebida.
Por delante afloran proyectos artísticos interdisciplinares, fusionados con música y performance, y la vocación de seguir evolucionando y experimentando en su relación con la materia como vehículo de una consciencia que interpela con arrebato al
movimiento de terceras.