Fina Miralles. El arte, la vida, la semilla, la flor, el fruto.
MAIA CREUS mirando a FINA MIRALLES
Fina Miralles es reconocida internacionalmente como a una de las artistas representativas de las corrientes del arte conceptual de los años 70. Sin embrago ella reivindica su itinerario creativo en su totalidad, incluyendo su extensísima obra pictórica y dibujos sobre papel (1984- 1996).
Una obra en su mayoría inédita a la espera de quien se atreva a mirarla y a estudiarla sin apriorismos intelectuales ni prejuicios estéticos y, además, desde una necesaria actitud receptiva a la voz de Fina Miralles quien, a través de su escritura (1), nos ofrece una guía inestimable para comprender su inédito universo creativo y su modo de entender el arte como práctica vivencial. Un mundo de imágenes y palabras que no le pertenecen, pues le vienen dados. «Todo está dictado, preelaborado; yo solamente soy la mano, la médium, a través de la cual, el inconsciente universal, colectivo, se expresa».
Voluntariamente apartada del circuito profesional del arte y siguiendo un proceso personal de metamorfosis ̶ «des de la luz hacia la luz» ̶ de unión con el mundo del espíritu, Fina Miralles se identifica en la pluralidad de medios artísticos por donde su obra ha transitado –des del montaje al video o la instalación, al dibujo y la pintura– pues no es el lenguaje lo que confiere sentido a su obra, sino un compromiso profundo con ella misma y con el mundo, asumido después de su viaje iniciático a América del Sud. «Aquel viaje no era un paréntesis, un cambio de aires, era mi vida». Un tiempo después recibió la llamada. «Una voz en mi interior me dijo: Fina siembra, que otros ya recogerán. Siembra la semilla de eternidad que hay dentro de ti y dentro de toda cosa viva» (2).
Para Fina Miralles el arte es sagrado y universal. Ha de hacer visibles realidades primordiales; el alma humana. El verdadero artista no se expresa a sí mismo, sino que transmite un lenguaje común a todos los humanos y todas las culturas. Por ello, dice ella, escoge el lenguaje simbólico de las formas que le permite dar imagen a lo que está más allá de lo que ven sus ojos. «Abrirse a lo invisible, formar parte del universo, unir el alma de todas las almas». Así es como aprendió a ser, verdaderamente, árbol, piedra, tierra, barro, aire, pájaro, mujer. Un proceso lento e intenso que comienza después de 1984. Un nuevo inicio, un antes y un después de que Miralles haga de la pintura «un camino interior, la realizas y te realiza, intimidad y verdad». Unida para siempre a la gran unidad, siente que forma parte del mundo inmemorial. Des de esta vivencia, como sus dibujos y pinturas comienzan a hablar «con el mismo lenguaje de la tierra y sus seres, el silencio, la canción del aire, la música del agua, las formas del viento, las hojas y las plumas, el vuelo de los pájaros».
Cada tema tiene su mirada. El paisaje, el infinito, la inmensidad, la espaciosidad. «Para pintar el Cielo se debe pertenecer al Cielo, vivir con el Cielo». Espiritualidad y belleza; comunión íntima y vital. Desmaterialización. Así comienza Fina Miralles su pintura en el vacío. «En la pintura oriental el vacío es el éter, lo insondable, el cinco elemento que contiene a todos los demás. Entiendo el cuadro no como soporte para la pintura, sino como una ventana que se abre al mundo, a la espacialidad, al movimiento, a la vida. Tomo la realidad no como un modelo para ser copiado, sino para ser vivido». Así toman forma en sus dibujos los rastros invisibles de la vida en movimiento, tomando el papel y la tela blancos como si fueran el aire, mientras la línea define el movimiento y el espacio. La pintura es música, trazos que bailan, que vibran, que viven en el blanco.
En el mundo de las imágenes de Fina Miralles todo remite a la unidad primera, al ciclo infinito de la Vida. Una cosmogonía inspirada en las grandes tradiciones del pensamiento zen y las antiguas escrituras védicas. Seres primordiales que viven en las figuras del Sol, astro de energía vital, el gran ojo del cielo. Del Corazón, centro de la inteligencia y de la intuición. De la montaña, jardín de la memoria. Del Árbol, cosmos viviente, los tres caminos divinos: mundo mineral, mundo vegetal, mundo celeste. Del Agua, origen primordial, los tres caminos celestes: humanos, peces y aves. Del mago, el alquimista, el conocedor de los arcanos, el enigma de la vida, nuestro olvidado origen. De los pájaros, espíritus libres que ocupan el aire, seres alados entre dos mundos. De las Femmes d’eau, profundidades acuáticas, fertilidad primera. «El agua es nuestra primera Madre y el primer Amor. Debemos abrirnos a lo invisible, formar parte del universo, unir nuestra alma a todas las almas, impregnarse del amor del que te hablan las olas y los vientos porque todos somos hijas de la misma madre e impregnados de la misma naturaleza».
El tiempo del inconsciente busca las formas. Todo se encuentra dentro del alma como una caja mágica. En la mirada de Fina Miralles, los retratos son la humanidad entera. Son el rostro de ella y del otro. «El retrato requiere conocimiento de la humanidad, humanizarse, fundirse con los otros». Más difícil aún es pintar las flores, debes ser flor, vivir en la flor. «La flor es la mirada interior. En la flor, como en el mar, está la humanidad entera: del cielo al agua; del alga al grano; de la flor al vientre, maternidad, pureza primigenia».
Fina Miralles dio por cerrado el itinerario de su pintura vivencial con el ciclo de obras Memorial (1996). Final de un proceso artístico, personal y humano. Transformación, iniciación, metamorfosis interior. «Memorial es el retorno al centro, el reencuentro con la unidad perdida. El centro es la apertura; el sexo femenino, la luz. El núcleo de la vida».
© Fina Miralles. Web
Maia Creus. Bio.