ESPERANZA DURÁN mirando a NATIVIDAD NAVALÓN
Este diálogo es un presente que me entrega, cual testigo, tal y como reflexiona en la narración de la obra “La maleta de mi madre” sobre la relación entre madres e hijas. Con la misma ilusión de esa niña pequeña que empieza a rebuscar en los cajones y en el bolso de su madre o su abuela, me dispongo yo, con los ojos chispeantes, a escudriñar en la mujer, la hija, la madre, la compañera, la profesora y la artista, que siempre me ha maravillado.
Nati desprende una seguridad y una personalidad desbordantes que amalgama, cual alquimista, con una sensibilidad e imaginación asombrosas. Y esto, esto es lo que hace de su obra algo excepcional.
La investigación rigurosa y el análisis profundo que hace de cada uno de los temas a tratar en sus series se fusionan, a la temperatura perfecta, con la creación y la intuición, construyendo unas piezas que sobrecogen, emocionan y fascinan en la misma medida.
Por todo ello, querida Nati, GRACIAS.
Natividad Navalón (Valencia, 1961) / Licenciada y Doctora en Bellas Artes / Académica de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos / Catedrática de Proyectos en el Departamento de Escultura de la UPV / miembro fundadora de la Facultad de Bellas Artes de Altea de la que, además, fue Vicedecana / Miembro de la Junta Directiva del Círculo de Bellas Artes de Valencia / Directora académica del Instituto Seda España / Presidenta del patronato de la Fundación La Posta.

Natividad Navalón, 2009
Pero, ¿quién es, fuera de títulos, Natividad Navalón?
Soy una mujer que pone en cuestión todo discurso, y por tanto, mi destino como indigente, es ser un sujeto errante en busca de una nueva realidad. Ese tránsito nómada es para mí una constante búsqueda de una tabla a la que asirme. En ese camino voy abocetando a través del arte, nuevas y continuas reconstrucciones de mi propio yo.
Porque como bien sabes, la vida de una mujer es la suma de pequeñas batallas, la necesidad permanente de conquistar un espacio que siempre nos fue negado.

Mi cuerpo aliviadero y miedo, 1997, instalación, IVAM
La coherencia de la artista es visible en el desarrollo poético de las obras, pero también, de una manera más literaria, en la elección de cada título. ¿Los títulos de las obras/series vienen a recoger el tema de la investigación que realizas previa al desarrollo de la obra?
La serie es la estrategia creativa que utilizo para la generación de mi obra. Un método de trabajo que fue fruto de la investigación que desarrollé para la tesis doctoral y que me ha acompañado durante toda mi trayectoria artística.
El arte es mi manera de investigar, de encontrar, de entender, es la manera de reflexionar sobre aquellas inquietudes, dudas o cuestiones que me he ido planteando a través de la vida. La serie la metodología para hacerlo, y la instalación la imagen visual de mis reflexiones.
A lo largo de mi obra he reflexionado sobre la soledad que produce recorrer el camino, sobre la pérdida de referencias, la sociedad cómplice de la mentira o los lugares de incursión donde cercan al proscrito; sobre la historia que nos va marcando el cuerpo o sobre el paso del legado no escrito que van dejando las mujeres. Todas estas temáticas provienen de dudas e inquietudes, rabias o fracasos, y van generando conciencia y posicionamiento, en suma, se trata de una necesidad por comprender a la mujer, pero sobre todo, una forma de comprendernos a nosotras mismas.
La serie como método de trabajo me facilita su análisis, estudio e investigación y las obras se convierten en reflexiones parciales sobre cada uno de los aspectos a tratar. Cada una de las obras me ayuda a profundizar, a proponer, a preguntarme, a implicarme, a descubrir y a posicionarme. Los títulos, por tanto, sitúan el escenario donde se desarrolla la búsqueda, pero también la visión, y la ubicación.

De madres a hijas. La maleta de mi madre, 2009, instalación, IVAM
El espacio juega un papel fundamental en el diseño y creación de tus instalaciones porque se convierte, no en un contenedor de tu obra, sino en parte de la misma. Hablas de que los lugares tienen una memoria y una historia que contar, ¿cómo aprovechas ese sustrato a la hora de crear y montar tus instalaciones?
En mi caso, realizar una instalación es darle presencia al espacio, es darle significado a los silencios, es entender la obra como el resultado del diálogo entre espacio y materia. El espacio es mi material de trabajo. Es imprescindible conocer el espacio en el que voy a intervenir cuando me planteo un proyecto.
Todo proyecto lo empiezo siempre por el análisis del espacio expositivo, su forma, su carácter, su arquitectura, pero sobre todo, es importantísimo para mí, el conocimiento de la historia del lugar, cuál fue su destino, quiénes y en qué forma fue habitado, su memoria.
El diálogo entre la historia del espacio y la temática de la serie dará lugar a la propuesta que planteo, y la forma de la arquitectura, organizará la manera de contarla.

El paso del legado. La maleta de mi madre, 2009, instalación, IVAM
“Sin pedir perdón”, de los años 2000/2006, habla de esos rituales cotidianos en la vida de una mujer. Coser, lavar, cortar, tender, clavar, colgar… tijeras, alfileres (más de 3.000), hilo, imperdibles, paños, manteles… ¿consideras que todo esto es una cárcel que estrangula?, ¿o más bien un lugar de refugio y ensimismamiento e introspección?
Esa mujer que despierta en la serie anterior, se presenta aquí más serena. En la serie Sin Pedir Perdón planteo un sentimiento de búsqueda interior, de proceso de reconstrucción, el descanso del guerrero.
En el juego de la introspección a veces nos hallamos en el umbral de aquello que nos da sentido y nos dejamos caer en nuestra propia desesperación, nos sumergimos para acomodarnos en nuestra piel o en la estancia que nos resguarda. A veces presentimos lugares que albergan nuestros deseos inconfesables, lugares que atraviesan cualquier atisbo de conciencia, reflejos de una acción del vivir, espacio que muestra inerte las intervenciones domésticas que dejan huella.
Ese lugar al que aludo en esta serie es la soledad que invade la casa. Intimidad que celosamente guardamos y, sin embargo, en un instante corte y desgarro nos acercan inciertos al vivir. Punzón que atraviesa la piel mientras teje e hiriente arrastra la memoria en su interior. Esa mujer que impotente golpea la pared, que con rabia sacude la ropa y con resignación la vuelve a plegar.
Ese clavar y dejar marcado, ese clavar y dejar colgado, ese clavar y dejar patente, presente un deseo, una rabia. Pero al final uniremos lo que realmente queramos y no tendremos que pedir a nadie perdón.
El blanco invita a la mesa. Las punzadas se encadenan, van hilando los recuerdos. Si el viento los atravesara conversarían, pero remendando los olvidos van dando duración a los silencios. Blancas las puntadas, cosiendo y sumando atan inquietudes que no pueden pronunciar. El blanco nos trae olores y recuerdos que nos sustentan y nos arropan, que nos impulsan para salir afuera.
La luz nos sumerge en el torbellino de un viaje tan solo de ida, somos conducidos con ligereza por el camino de la vida, sin descanso, sin clemencia. En el tránsito dos mundos paralelos circulan sin rozarse: uno recoge en sus rincones los restos del naufragio de la vida, el otro busca entre esos restos el sentido de su propia identidad.
Porque si esa mujer no parte, ya está siguiendo un rumbo, si no navega, puede perder su viento.

Exposición ‘Nómadas y vigías’, Galería Espai Nivi, 2024
En “Madres e hijas” podemos ver una instalación en la que apareces, mediante una proyección, abrazada a tu hija en una cama, mientras tu madre te abraza a ti, en una narrativa que habla sobre la transmisión de un legado que pasa de madres a hijas y el privilegio de poder pasar ese testigo; de las diferencias generacionales y del reconocimiento de nuestras carencias para poder perdonar; en definitiva de ese amor, ese lazo, que perdura a pesar de todo, ¿qué legado te dejó tu madre?, ¿qué legado le dejas a tu hija? Y por otro lado, ¿cuáles son las enseñanzas que como hija crees que depositaste en tu madre?, ¿y cuáles te deja tu hija?
En 2007 me propusieron que presentara un proyecto para realizar en el IVAM. En esos momentos seguía inmersa en el tema de la mujer. Pero un día mi padre me llama y me dice que a mi madre le había subido la tensión y no recordaba nada. Es entonces, cuando me doy cuenta de la vulnerabilidad de mi madre, de la labor de transmisión que ha ido realizando durante todo este tiempo, de que el legado va pasando de madres a hijas, y de que se acerca el momento de tomar el testigo.
Inicio entonces una nueva serie llamada DE MADRES A HIJAS en la que profundizo precisamente en esa relación entre madre e hija. Esta serie comienza con la exposición LA MALETA DE MI MADRE que expuse en el IVAM.
Esa mujer a la que hago referencia, un día fue niña y desde su niñez, su madre le fue transmitiendo sus valores, su legado. Es entonces cuando me planteo hacer consciente la historia no escrita que las madres tienen el privilegio de pasar a sus hijas.
El vínculo que se establece entre madre e hija tiene un carácter mágico, sibilino, juego de miradas o nu shu, que es la escritura secreta a la que se refiere Lisa See en su libro El abanico de seda. La relación madre e hija es una relación compleja, en ella se entabla una danza de amor, desamor y soledades. Hay competencia. Hay reproches. Hay dolor. Hay rivalidad, hay perdón. Y siempre, siempre hay soledad.

De madres a hijas. La maleta de mi madre, 2009, vídeo instalación, IVAM
Mi generación ha recogido de nuestras madres la semilla de un feminismo que palpitaba en una sociedad franquista pero a la espera de emerger. Desde la resignación y a escondidas, mi madre me empuja a la formación, a la emancipación y al atrincheramiento para hacerme fuerte y no depender de un hombre. Mensajes subliminales que se mecen entre el ejemplo de una mujer faro que fue mi abuela, pilar de una familia numerosa en la guerra, y una sociedad que niega el espacio de la mujer. Hoy más que nunca mi madre es consciente de la validez de sus frases veladas, hoy ha podido constatar que el esfuerzo valía la pena, hoy es consciente de que ella es el eslabón entre el antes y el después.
Ese territorio conquistado por mi generación y que como tesoro pone a los pies de sus hijas, muchas veces se convierte en terreno baldío. Una conquista que, de no ser valorada como tal, supone un paso atrás, la caída otra vez en la sobreprotección y en una dependencia moral mucho más humillante.
En mi caso, mi hija me ha enseñado que del laberinto solo se puede salir por arriba, saltando para dejarlo atrás. Todavía no me sale bien, pero ando en ello. Y sobre todo, estoy a la espera de que ella sea consciente de su enseñanza, y de que un día, al abrir la maleta que se llevó, descubra a la mujer que le ha estado esperando todo este tiempo.
Cuanto tiempo perdimos en silencios. Tanto que decir, y sin embargo, ni un te quiero.

La maleta de mi madre, 2009, instalación, IVAM
Hablemos de la impresionante exposición, en 5 actos, a la que titulas “La maleta de mi madre”. En ella, recorriendo 5 salas distintas, muestras las 5 etapas por las que pasa la vida de una mujer (niñez, adolescencia, madurez, dedicación a la familia y tránsito hacia la muerte). Una mujer que pasa de aprendiz de vida a preceptora de legado. ¿Es demasiado larga la vida para ir cargada de más?, ¿qué guarda Nati en su maleta, al abrigo de miradas ajenas?
En esta exposición, la distribución de las salas en el IVAM me sirvió para narrar el curso de esa vida. Son 5 estancias, y cada una de ellas hizo referencia a las etapas que nos plantea Lisa See: “El curso de mi vida ha sido el normal: años de hija, años de cabello recogido, años de arroz y sal y, por último, años de recogimiento”. Tal y como apuntas, hacen referencia a la niñez, a la adolescencia, a la madurez, a la dedicación a la familia y al camino hacia la muerte.
Esta exposición cuenta realmente ese tránsito por la vida y comienza con esa niña que se mete de polizón en esa travesía.

Tras la memoria de mi madre. La maleta de mi madre, 2009, instalación, IVAM
En la primera sala El Sueño de Vivir, recojo los “años de hija”. La imagen materna invade hábitos, recuerdos, dudas y terrores de la niña. Esa aparición recurrente de objetos en la alcoba de la madre, que llegarán un día a pertenecer a la hija, fijan el espacio, pero reiteran la preocupación por redefinir los tiempos de cada una.

El sueño de vivir. La maleta de mi madre, 2009, vídeo instalación, IVAM
Una reflexión que continúo en la exposición Cuéntame un cuento… qué cuento me has contado, en la que planteo la acción crítica de aquello que nos ha sido enseñado. La poeta británica Lynn Sukenick lo define con el término matrofobia. Es decir, el miedo a repetir el comportamiento de la madre, el miedo a tener una vida encorsetada en un papel asignado previamente sin posibilidad de escape.
Si en la primera sala hago referencia a la niñez, en la segunda introduzco al espectador en los “años de pelo recogido”. Como decíamos anteriormente, cada una de estas historias son un relato de cómo las diferencias entre madre e hija se encuentran cuando se trata del sentimiento de soledad.
El barco sigue navegando en los “años de arroz y sal”, y ni siquiera, tirando el ancla al fondo, detendremos el ciclo que se lleva algunos miedos y trae otros. Porque sólo navegando, se olvida que el ciclo es inexorable, que si aprendemos de mamá las primeras caricias será para dejarlas cuando nosotros tengamos que enseñar las nuestras.

Tiempos de arroz y sal. La maleta de mi madre, 2009, instalación, IVAM
Al final “años de recogimiento”, la transmisión del legado, el paso del testigo. Se nos permite abandonar, ahora la hija toma nuestro relevo. El ciclo se completa, el juego de los espejos nos muestra que la vida continúa sea quien sea la que en ese momento ocupe ese lugar, ese tiempo. Madres e hijas, en una repetición sin bordes, son las que en suma darán sentido, a esa sutil estela que es el paso por la vida.
La vida es un continuo tránsito, de niña a mujer y de hijas a madres. En esta travesía, llega un momento en el que nos convertimos en madres de nuestras madres, media vida la pasamos aprendiendo y la otra media, poniendo en práctica lo aprendido. Todo ello, forma parte del proceso para asumir la muerte.
Un día abrimos la maleta que nos pasaron y a la cual renunciamos, y buscamos el espejo para encontrar nuestro reflejo. Una maleta en la que personalmente guardo recuerdos, indecisiones, sueños y fracasos, consejos, presencias, deseos, ilusiones, dudas y naufragios. Pero sobre todo el desasosiego de la pregunta que me hizo mi hija antes de partir: la tristeza, mamá esa ¿dónde la pongo?