Pola Maulén. Mujeres que se defienden las unas a las otras
Emma Trinidad MIRANDO a Pola Maulén
Mujeres que se buscan. Mujeres que se cansan de encontrarse. Mujeres que se defienden las
unas a las otras con un puñal y que también se lo quitan de las manos. Mujeres que se queman
en el fuego (pobre fuego).
Pola Maulén, 2015.
Pola Maulén (Santiago de Chile, 1981), ilustradora, diseñadora, collagista, poeta, gestora cultural. Nació en Colina, a las afueras de Santiago «en una zona agrícola, sin plazas, cine, museos, biblioteca ni librería. Crecí, como muchos, conociendo a través de la televisión qué había más allá de mi pueblo… estábamos completamente ajenos a lo que pasaba en Chile, principalmente con la dictadura. Estuvimos flotando durante muchos años en un profundo letargo, del cual todavía prevalecen fuertes bases de injusticia, pobreza, desigualdad y violencia». De esta última, específicamente de la violencia ejercida hacia la mujer gira, en gran parte, su trabajo. Una violencia que no solo afecta a las chilenas, sino a todas las Latinoamericanas. Una violencia que se extiende por todo el mundo bajo construcciones sociales y culturales que trata de desmitificar.
Sus dibujos y collages contienen evidentes, y no tan evidentes, alusiones a lo femenino, a sus símbolos más ancestrales, al arraigo con la naturaleza. La mujer víctima y la mujer poderosa. Ese ser capaz de todo, incluso de dar la vida y la muerte. A veces utiliza fotos antiguas de gente desconocida que ha encontrado por ahí, en libros, revistas, rastrillos, en recuerdos que otros han acabado abandonando. Otras ilustraciones surgen de la iconografía y leyenda de las diosas hindúes encontrando aquí toda esa fuerza ancestral, misteriosa y mitificada sobre la mujer, la vida y la muerte.
Sus imágenes se acompañan de micro poemas; algunas veces se alimenta de frases hirientes que encuentra por casualidad en revistas de moda, publicidad o en trasnochadas guías de la buena esposa.
En la siguiente conversación Pola muestra su lado más personal como mujer y como artista, sus vínculos con el feminismo desde la práctica activista y artística y los estrechos lazos que le unen a otras mujeres, colectivos y artistas, con el fin de reivindicar un mundo más justo e igual.
Tu trayectoria profesional como artista se ha desarrollado entre Santiago de Chile y Madrid. Considero que parte de tu trabajo creativo tiene mucho que ver con tus orígenes, de dónde vienes y el contexto en que creciste, el régimen militar, por ejemplo.
Crecí en un periodo intermedio entre la dictadura y la transición a la democracia. Toda la generación de personas que hoy rondamos los 35 o 40 años experimentamos en el ámbito cultural los daños directos y colaterales que conlleva una dictadura; bloqueo al conocimiento, a la educación y a la falta de oportunidades.
Yo, personalmente, desde muy pequeña tuve gran interés y admiración por algunos pintores y poetas. Como podrás sospechar, el abanico de posibilidades era muy reducido. Sin embargo estuve muy interesada en la obra poética de Gabriela Mistral, aunque por esos años era casi sacrilegio considerarla como feminista, revolucionaria y lesbiana. En la escuela nos la presentaron como una dulce maestra que escribía poemas y rondas infantiles. Pude conocerla un poco más porque por aquellos años gané algunos concursos escolares de poesía, cuyos premios eran cuadernos (sí, cuadernos para apuntar en clase) y libros o de Mistral o de Neruda. No quiero imaginar si alguien me hubiese regalado un libro de Estella Díaz Varín (la Colorina), poeta chilena, la primera punk, la llamaban “boxeadora”, que nació en los años 20 del siglo pasado. ¡Conocerla, por favor!
Entonces la vocación creativa siempre estuvo muy presente en ti. Pero ¿en qué momento decidiste dedicarte al arte?
Siempre consideré la posibilidad de dedicarme al arte. Lo supe desde pequeña y las personas que veían mis dibujos no tardaron en tildarme como artista. Pero la verdad es que al arte lo mantuve siempre como un segundo apellido. Tenía o sentía una necesidad profunda por surgir y destacar en los estudios para, más tarde, conseguir entrar en la universidad. Lo tuve clarísimo. Rechacé tenazmente la posibilidad de ser madre o temporera agrícola. Incluso mi madre, que tuvo menos oportunidades y que se casó cuando apenas tenía 17 años, nos decía a mí y a mi hermana «no tengan hijos, estudien, trabajen».
No te puedo nombrar en este instante todos los premios en dibujo, pintura y poesía que tuve cuando pequeña (hasta los 17 años), pero fueron muchísimos. La verdad es que una desdeña aquellas experiencias, simplemente porque ocurrieron cuando eras chica, pero los tiros iban claros.
Y si bien, siempre tuve diarios y cuadernos donde describí y dibujé todas mis emociones, no fue sino hasta cuando volví de Madrid a Santiago (después de haber estado becada y haber estudiado sobre cultura y arte) que me puse a hacer collages y pintar en serio. Todo desencadenado por mi situación, de no poder encontrar trabajo en el ámbito de la cultura. Esto era una obligación exigida por la beca que obtuve para estudiar en España (sobre este tema podría escribir una larga y tediosa tesis). Fue una mezcla de desencanto y rebeldía, porque, al parecer a través de las malas experiencias, las fuerzas misteriosas de la existencia me impelieron a retomar mi camino. Y en esta etapa, fue precisamente una mujer muy grande la que me ayudó, cual mecenas a entender y respetar las señales, mi hermana.
En total llevo 5 años, en los cuales la fuerza femenina me ha protegido como un manto. Esta fuerza femenina ha venido de parte de muchas artistas vivas y muertas. Mujeres, todas mujeres, siempre mujeres. Esta fuerza también ha venido de las mujeres de mi familia y mis amigas. Lo que yo llamo “las mujeres que se despiertan las unas a las otras”. Pero la fuerza más conmovedora de todas, ha llegado como un milagro por parte de un hombre, mi pareja, que sin pregonarlo, es la persona más feminista que conozco. Tanto lo es, que muchas veces mientras conversamos, me he quedado pasmada por la vergüenza de mis propios conceptos, opiniones y comentarios sobre la mujer.
Y en esa lucha diaria por aclararme y limpiarme de todos los conceptos y prejuicios que tengo y tenemos todas como mujeres, en eso estoy. Trabajando por cooperar y difundir la rabia por las injusticias y la violencia hacia las mujeres.
Sobre todo la que se ejerce hacia las mujeres… ¿Cómo comenzaste a trabajar en estas problemáticas?
En un principio pensé trabajar directamente con la realidad, con el machismo, la falta de oportunidades y derechos. Sin embargo, y a medida que acumulaba ilustraciones y collages, me di cuenta que no podía trabajar para la mujer sin entender qué era ser una mujer. Y me di cuenta que yo estaba construida por conceptos sociales y culturales. Alguien había construido una especie de exoesqueleto que debí de usar apenas alguien decidió que yo era mujer. Y me hice preguntas. En ese momento no me importaron las respuestas, porque para entender lo que pasaba debía intentar con conclusiones propias. Más tarde busqué símiles, ejemplos y referentes.
¿Cuáles son esas influencias tanto estéticas como conceptuales? ¿Qué artistas o corrientes artísticas te sirven de referencia?
Como corriente artística, la que se me viene automáticamente a la cabeza es el realismo mágico y la estética del fanzine. Aunque lo mío es una mezcla entre la brujería, la plástica, la poesía, la danza y la música, aliñada con mucho punk. Pero no puedo o no quiero relacionarme con corrientes específicas porque es injusto. Todos los días soy diferente y cambio de opinión muy fácil. Y un día reacciono con Lhasa de Sela y al otro estoy escuchando Black Metal y sintiéndome traidora por eso. Pero mis trabajos son todos los días un proceso de expiación de mi pensar y mi accionar. Y no estoy preocupada en seguir una línea o ser parte de un movimiento, porque no me interesa, y no tengo que cumplir con nadie más que conmigo misma, y después, tal vez, con las demás mujeres.
Comentabas que empezaste a buscar referentes con inquietudes similares a las tuyas. ¿Es por ello que creaste la plataforma Las mujeres sin rostro? También has ido encontrando sinergias con colectivos como Útero rebelde (Chile), Nada Colectivo (España), Wombastic (Asociación de autoras de Cómic, España) o más recientemente Quién coño es (España). ¿Cómo han ido surgiendo estas relaciones con el activismo?
Respecto a mi trabajo con las Mujeres sin Rostro, son simplemente mujeres que crean porque les sale. Es gente creativa, rebelde-sensible y muy solidaria. Personas que no van por la vida de “artistas”. A lo más, artista como segundo apellido, porque hay gente que comprende que el arte no es cualidad de los elegidos por los dioses. El arte está incrustado en cada ser humano. El arte es la respuesta sublime de rebelión contra la realidad.
Y respecto a los colectivos, es colaboración, es responder a los llamados de ayuda, de fuerza. Es una forma también de dar a conocer lo que hago, porque a veces me gustaría figurar como ejemplo para otras personas. Y otras veces no quiero que nadie me conozca. Y otras veces pienso que mi trabajo tiene sentido y otras veces pienso que no vale nada. Entonces, cuando decido colaborar, son decisiones de profunda valentía. Los demás me han ido convenciendo, poco a poco, de que lo que hago tiene sentido. Como ejemplo, este, vuestro espacio, esta entrevista y Emma Trinidad. Ella es para mi, como el combustible. Yo soy una simple chispa.
El activismo… creo que todo está relacionado. Los buenos artistas, para mí, son los que siempre se manejaron en el ámbito under, de la autoedición, del bajo presupuesto. En el fondo, y por un lado, son activistas de sus propias causas. Y por otro, cuando su mensaje y acción incumbe a toda la humanidad, son activistas de las luchas fundamentales, que son por una existencia un poco menos sofocante.
Entonces te defines más como activista cultural que como artista…
Me gusta lo de activista como etiqueta, porque como mencioné anteriormente, todos somos artistas. Aunque debo decirlo, para ser activista aparte de ser valiente hay que tener un buen discurso, tener las cosas claras. Y eso no lo soy y no lo tengo. Y tengo que mencionarlo, me contacté con las chicas de Útero Rebelde (que se dejan la voz y los pies en la calle por el derecho al aborto en Chile) y les ofrecí un par de ilustraciones, bien oscuras y sangrientas. Y fueron ellas las que salieron a las calles por la noche a pegar con cola y una escoba mis dibujos.
Y respecto a mis colaboraciones en contra de la violencia a la mujer, por ejemplo en Ciudad Juárez, solo me considero un mero instrumento. Yo quise y quiero seguir colaborando en esta causa porque un día vi un reportaje sobre una madre que de tanto luchar por justicia por su hija asesinada, terminó siendo abatida a tiros, creo que por la policía. Lo único que recuerdo de ese hecho, es que quedé pasmada. Nunca había sentido el dolor y la violencia de esa forma. Fue el simple hecho de ponerme en el lugar de ellas, de todas las mujeres violentadas… ¡en México, en Chile, en Siria, en Nigeria, en el planeta entero! Y no es nada difícil, es simplemente ponerte en el lugar del otro.
Como las madres iraquíes que lloran tras las intervenciones de otra mujer, Madeleine Albright. Una de tus ilustraciones En el infierno hay un lugar especial para las mujeres que no ayudan a otras mujeres, está basada en la frase que pronunció Madeleine Albright.
De la señora Albright conozco muy pero muy poco. Solo sé de su mala fama por lo acontecido específicamente en la intervención de EEUU en Iraq cuando ella era Secretaria de Estado y sus desafortunadas declaraciones. La verdad es que esta frase (destacada en negrita) la encontré de casualidad en una revista que encontré en la calle, y creo que la citó una cantante jovencita, de las que están de moda. Y me pareció una frase potente, en un comienzo. Luego me pareció una locura pensar en un cielo y un infierno porque yo no creo en las chorradas que se inventan las religiones. Pero sí pensé que el mensaje es claro. Y es una idea que defiendo a diario, que la mujeres tenemos que ayudarnos y defendernos las unas a las otras y asumir de una vez por todas el poder que tenemos, poder arrebatado por siglos. Desde la primera mujer tildada de bruja por ser una poderosa fuente de conocimientos hasta la última, tildada de puta por satisfacer sus deseos. Perdón por los clichés, pero es así.
Hablemos de más clichés: mujer, latinoamericana y artista. Tu obra está marcada por un compromiso y sensibilización sobre temas sociales, concretamente la condición de la mujer y algunos temas raciales. ¿Cómo te posicionas a este respecto?
Soy una mujer Latinoamericana con mucha suerte. Suerte de todas mis experiencias y de todas las personas que he conocido. Aunque debo decir que me esforcé, a veces, más de lo necesario para conseguir lo que soy. Tengo que decirlo. Pero cuando me pongo a pensar en la vida de otras mujeres en Chile y el resto del continente… me incomoda hasta la piel.
Cuando tenía 20 años, camino a la universidad, iba pensando en toda la rabia que tenía por cómo éramos tratadas las mujeres. Me imaginaba a dos perras rabiosas luchando por quién resistía mejor las mordidas, toda esta escena azuzada por hombres maleducados, machunos de la peor calaña. Y de ahí en adelante, todos los días me preguntaba qué podría hacer yo para despertar a otras mujeres. Para contarles que la historia y la realidad que nos están montando es una gran bazofia. Y en eso estoy, a mis 35 años, preguntándome cómo hacerlo. Mientras, tanteo el terreno y hago mis dibujos. La idea es reconocer un problema y mientras, intentar soluciones. Pero como he dicho, a veces pienso que lo que hago no tiene sentido, y otras veces pienso que de verdad puede ayudar. Y mientras me bato en mi propia lucha lanzo mis flechas. Y a quien le llegue.
Pola, has hablado mucho tus experiencias personales y de cómo te relacionas con el mundo del arte, el activismo y el feminismo, pero me gustaría preguntarte por el papel que desempeñan las mujeres artistas, concretamente en Chile, y las dificultades a las que os enfrentais.
La verdad es que tengo más conocimiento y relación con activistas y artistas extranjeras, mexicanas y españolas, sobre todo. En Chile hay un movimiento potentísimo que se extiende de forma más clara (según mi opinión) hacia las artes gráficas y la música. También hay muchas mujeres y hombres escribiendo en internet, como por ejemplo el Kolectivo Poroto (organización masculina antipatriarcal), Revista Las Simones, Las Mujeres sin Rostro, etc. Yo creo que el ápice lo puedes hallar, a mi parecer, en la música. Será también porque es más efectivo, permeable y directo. Han surgido con mucha potencia músicos femeninas que no han dependido de nadie para figurar. Sólo el ejemplo más conocido: la rapera chilena Ana Tijoux hace un par de años creó una canción que es casi un himno en Latinoamérica. Se titula Antipatriarca. En el video logró reunir a diversas asociaciones de mujeres alrededor del mundo, todas levantando el puño y cantando «antipatriarca y alegría… a liberar! Tú no me vas a humillar, golpear, denigrar, someter…». Estamos tratando de retomar el trabajo de grandes artistas del pasado como Violeta Parra, Gabriela Mistral, Estella Díaz Varín, por nombrarte a las más conocidas. A grandes rasgos, puedo decirte que hay mucho talento y muchas ganas de hacer cosas. A través de Internet y la autoedición se está creando un movimiento que aportará un valioso capítulo a la historia de la lucha femenina en Chile.
Respecto a las dificultades, qué más terrible que pertenecer a un país donde el cuerpo de la mujer es parte del Estado, ¡dónde está penalizado el aborto! Donde los políticos y la iglesia deciden por ti. Este es y será, lamentablemente, por mucho tiempo más, el motor de trabajo y lucha para todas.
Como bien dice Anita Tijox «yo puedo ser protagonista de nuestra historia». Muchas gracias, Pola.
Fui la primera mujer,
fui la primera mujer,
y fui la primera mujer,
y tengo unas ganas horrendas
de morirme de rabia.
Pola Maulén, 2016.
Imágenes © Pola Maulén | Web
Texto: Emma Trinidad | Web