CHRISLIE PÉREZ PÉREZ mirando a ELIZABET CERVIÑO
Gota que rueda
El dorso de la hoja,
estremecido
El trabajo de la artista Elizabet Cerviño (Manzanillo, 1986) no tiene pretensión de grandilocuencia. Más bien pudiera definirse como una metáfora de lo insignificante pues es capaz de traducir al lenguaje del arte, la poesía contenida en un gesto, la insinuación de un trazo, la solemnidad de una pose, la evocación de un susurro. Su práctica artística posee una operatoria que activa lo imperceptible, a través de un minimalismo formal que potencia el valor contemplativo de las piezas, como un modo de contraponerlo a la voluntad de acción característica del mundo occidental. Son imágenes, objetos, acciones en los que se recrea un aura mística, pues la experiencia de la creación roza lo ritual y el proceso perceptivo se manifiesta como un acto de fe. La obra de arte posee entonces una condición sagrada y, como tal, se constituye en una especie de milagro, una revelación divina a la que es posible acceder a través de una profunda espiritualidad.
Su lenguaje es totalmente versátil en tanto se expresa con total libertad desde la pintura, el performance, la fotografía y la instalación; aunque gusta de tomar una postura cuestionadora hacia las manifestaciones que trabaja, al asumirlas de una forma contaminada. Sus piezas se mueven en un terreno de límites difusos que combinan indistintamente modus operandi de una u otra forma de expresión, que da lugar a una pintura instalada o performativa, un performance instalativo, o una instalación performática.
Una constante presente en la obra de Elizabet es la mirada a la naturaleza, asumida como entidad primigenia y energía pura. Es frecuente verla utilizar elementos naturales con una función simbólica, sobre todo la tierra y el agua, aunque también el fuego y el aire. En cualquier caso, estos elementos (partes) y la naturaleza (todo), son mostrados enfatizando su capacidad transformadora.
De la revisitación y reinterpretación de principios filosófico-religiosos de diversas culturas, sobre todo, del pensamiento oriental, proceden sus fuentes de inspiración, sus preocupaciones más urgentes y la manera de abordarlas. Entre sus principales obsesiones es posible detectar el vacío, que es asumido desde una perspectiva taoísta y que en su obra pasa por un proceso de purificación al inclinarse hacia la no representación a través de la forma evocada, efímera e imperceptible.

Luz toca la tierra semilla brota flor en época de lluvia anuncio de un vuelo, 2009. Instalación. Hojas caladas. Dimensiones variables
El taoísmo se rige a través de polaridades yin-yang: creación-destrucción; acción-inacción; forma-vacío y estas ideas son trabajadas en diferentes piezas. La máxima “de la existencia provienen las cosas y de la no existencia su utilidad”, se manifiesta en obras como Luz toca la tierra semilla brota flor en época de lluvia anuncio de un vuelo (2009) donde se construye un texto con hojas de una enredadera en un cielorraso. Las letras se horadan en la masa de hojas dejando pasar la luz y haciendo aparecer la frase. También en Beso en tierra muerta (2016) pieza en la que talla un poema en ladrillos de cerámica, pero lo que exhibe no es el texto propiamente dicho, pues este ha sido sustraído, lo que queda es el “residuo”. En ambos paisajes textuales, no es lo que está sino aquello “que falta”, lo que se convierte en el elemento medular de la obra. El significado-lectura se manifiesta en el completamiento de las frases a través de la intuición y sensibilidad del espectador.

Beso en tierra muerta, 2016. Instalación. Texto tallado en ladrillos de cerámica. Dimensiones variables.
La obra pictórica de Elizabet Cerviño, la cual apenas pudiera definirse como tal, ya que se sale de la perspectiva representacional a través de la que históricamente hemos entendido y definido esta manifestación, está constituida por lienzos que acogen los vestigios visuales, que materiales como el gesso, el óxido ferroso o la propia agua producen en ellos. De este modo, crea paisajes para la introspección y el silencio, donde enfatiza nuevamente el valor expresivo del vacío, en los que busca una relación más contemplativa con la obra de arte, y la convierte en un objeto con connotaciones casi religiosas.
En sus piezas se aprecia también una complejidad que involucra categorías que trascienden lo visual, es decir, en las que la revelación del sentido precisa de la intervención del tiempo, lo que le confiere, además, cierta teatralidad. Un tiempo que propicia una forma especial de relación con el espectador, convirtiéndolo en entidad activa y en parte constitutiva de la obra, pues es provocado a concretar el cierre del discurso en su imaginación.
Una de las propuestas más versátiles dentro de su quehacer es Fango (2012), donde nueve esculturas que representan seres humanos a tamaño natural, han sido hechas de terracota y ubicadas en un espacio donde cae agua a modo de lluvia.
La elección de la tierra como material para las esculturas resulta de la reinterpretación de los mitos de la creación en los que el origen de la vida se explica a través del “modelado” del barro. Fango, asimila la génesis humana descrita en el Popol Vuh. El relato maya-quiche refiere cómo los dioses terminaron destruyendo a los hombres que habían creado con barro, debido a que se deformaban con la lluvia y eran poco resistentes. La dualidad creación-destrucción es recreada en esta pieza: la artista se convierte en demiurgo y el agua desintegra aquello que fue concebido. Un paisaje casi abstracto habitado solo por fango, es lo que resta. El ciclo de la existencia humana, los conflictos del hombre vinculados a la búsqueda de su lugar en el mundo, la relatividad de los conceptos de permanente y efímero expresada en su (in)/capacidad de trascendencia son nociones sobre las que se discursa.
No es azaroso que hayan sido nueve la cantidad de esculturas realizadas. El nueve puede considerarse como alusión a lo humano, al relacionarse con el tiempo de gestación. En la fe bahai simboliza la perfección, la plenitud y la culminación. El Tao-te King posee ochenta y un capítulos, el resultado de la multiplicación de dos veces nueve.

El peso de repetir, 2014. Instalacion. Esferas de mármol sobre arena de playa. Dimensiones variables
Este simbolismo numérico se reconoce en otras instalaciones como El peso de repetir (2014) donde ciento ocho esferas de mármol yacen sobre arena de playa. Este es el número de las cuentas que componen el japa mala utilizado para recitar mantras. El propio término mantra, se traduce como instrumento mental o de pensamiento, que unido a la elección del material, hace alusión al poder espiritual y psicológico que posee la acción de repetir. En Consumación (2015), en cambio, cincuenta y nueve esferas de cristal, que se corresponden con la cantidad de cuentas del rosario, contienen agua a diferentes niveles. Aunque usa similar procedimiento al otorgar significado a través del número, la obra se concreta por la intervención del tiempo, que en su transcurrir, hace evaporar el agua y crea ciertos paisajes en la pared. En El peso de repetir se reflexiona sobe lo consistente, lo estable, lo permanente; en Consumación, lo tangible se vuelve incorpóreo y de ello tenemos noticia a través de la huella.

El peso de repetir, 2014. Instalación. Esferas de mármol sobre arena de playa. Dimensiones variables
En el performance Bautizo (2014), el cuerpo es presentado desde la inmovilidad y la no existencia. La artista, vestida de blanco, permanece bajo un hilo de agua imperceptible, que poco a poco la va empapando, mientras se revelan sus atributos físicos y se modifica su esencia espiritual. El nombre de la pieza pudiera aludir a los rituales iniciáticos de muchas religiones occidentales, aunque la forma en que se desarrolla la conecta con el misogi una práctica sintoísta utilizada por monjes y samuráis como método para purificar el cuerpo, la mente y el espíritu. Elizabet no se mueve, parece estar sumida en un profundo estado meditativo, recibe el agua con total pasividad; lo que recuerda al principio taoísta de la inacción: la perfección no está en la creciente actividad sino en la calma del absoluto reposo. También del tao, proviene la idea según la cual lo pequeño y lo blando son más fuertes que lo duro, por lo tanto, no son necesarias grandes acciones para modificar la realidad, sino que a veces, solo es suficiente un acto imperceptible y continuado para desestructurar un sistema. El agua se revela, en ambos casos, como elemento con una profunda cualidad transformadora, otorgada precisamente por su blandura.
Si en Fango quedaban solo los vestigios de las esculturas desintegradas, en Bautizo el manto permanece como vestigio del acontecimiento, como residuo poético. Los cuerpos no están, queda su insinuación desde el vacío.
Elizabet Cerviño propone una concepción del arte donde la sutileza es el terreno desde el cual se gesta el milagro de la creación. Para ella, podría entenderse como una forma de conocimiento personal y sanación espiritual. Para el espectador, es un suceso que debe considerarse como una experiencia poética, al sumirlo en un estado de activación sensorial y profundamente contemplativo. Así, la obra de arte quizás sería la inspiración necesaria para emprender el camino hacia la búsqueda de uno mismo.