Cristina Galán. Elogio de la diferencia.
CARMEN DALMAU mirando a CRISTINA GALÁN
Solo los dioses antiguos eran inmortales. Somos mortales y estamos condenados a envejecer y desaparecer. Aún así, creemos alcanzar un paraíso en la tierra donde permaneceremos eternamente jóvenes. Nos desplazamos silenciosamente por un mundo limpio, pulido, brillante y resplandeciente acompañados de seres semejantes, pulcros, ordenados, felices y estereotipados.
El mundo se va transformado en una realidad simulada como el escenario de The Truman Show, aunque esta vez no queremos salir del plató de televisión. Nos agrada sumergirnos en piscinas de aguas quietas y desplazarnos por las escaleras mecánicas de los centros comerciales con una perpetua sonrisa eginética.
La sonrisa arcaica de la estatuaria griega pretendía dotar de vida a las esculturas e indicaba que era la representación de un ser vivo, con ojos brillantes, destellos simulados con pasta de vidrio, piedras preciosas y pestañas de plata y oro.
Paul es el protagonista del relato de Cristina Galán. Cuando Paul sonríe no suscita ningún enigma ni misterio y parece que carece de vida porque con unos ojos que son cuentas de negro azabache no activa su mirar. No puede animar lo que mira con su mirada y su interior es el vacío en una carcasa de plástico.
Cristina Galán ha reconstruido unos estereotipos de inspiración publicitaria, manejando sabiamente esa estética, utilizando su lenguaje, sus símbolos, su gama cromática para dotar a su proyecto de un enfoque crítico.
Los escenarios van del rosa al nácar, de azul celeste y luces de neón, son fríos y escurridizos. Paul sale a merendar con Paula. Consumen refrescos rosas, palomitas de maíz, pasteles con perlas de colores y en sus fiestas sujetan globos de helio. Paul se ve reflejado en la simetría de los otros. A veces se acarician con manos frías, heladas, como de reptiles.
La mayoría de las veces se presenta aislado como maniquí escapado de un escaparate y contemplarlo provoca a la vez una mezcla de tristeza infinita y repulsión.
Paul expresa un falso e inquietante bienestar. En una mano presenta el elixir de la eterna juventud embalsamada y en la otra una pantalla negra del teléfono móvil como prótesis implantada prolongando su mano y que refleja su hermosa vida pulida y brillante. Coronado por la gorra de lunares rosas y una visera protectora que le otorga la felicidad.
Paul vive en Un mundo feliz , aquel anticipo de la sociedad de consumo que gestiona nuestra felicidad mientras somos despreocupados consumidores. Una humanidad que acepta placenteramente su esclavitud.
Los dioses olímpicos bebían néctar, los humanos son felices con un gramo de soma que elimina toda melancolía.
Observando el comportamiento estereotipado del protagonista es imposible dejar de recordar el texto profético de Aldous Huxley. Los seres humanos se cultivan “in vitro” en un sistema de castas. Los Alfa son altos, guapos e inteligentes, los Epsilon bajos, feos e idiotas. Paul y sus replicantes quizá sean un nuevo producto de la cadena porque son altos y guapos pero parecen carecer de talento alguno.
Pero lo que aquella distopía anticipó hoy nos causa espanto. Como todos somos felices, cada uno dentro de la condición que le tocó en su momento de fabricación, el mundo carece de diversidad cultural, sin arte, sin literatura, sin filosofía. No hay guerras pero tampoco hay poesía, creación y desgarro del alma. Ocultar las tensiones y el dolor es perder la identidad.
Paul es una figura triste pero no sabe que está triste. Es una marioneta movida por los hilos de una sociedad de consumo que le permitirá ser feliz en su burbuja.
Ya vivimos la realidad como un escenario donde lo distinto es expulsado como nos recuerda el filósofo Byung – Chul Han. El canon publicitario de la perfección del cuerpo se asume como nuestra mismidad y hacemos todo lo posible por ignorar la existencia de quienes son diferentes a nosotros, incluso lo que en nosotros nos diferencia de ese ideal.
Paul estima amar una sociedad sin puctum , la punzada que se clava en el corazón, pero el mundo de Paul escenificado por Cristina Galán nos hiere en lo más hondo y nos recuerda que quizá el mundo feliz ya merodea en nuestro entorno.