CÉLIA BARROS mirando a STELA BARBIERI
Stela Barbieri es artista, autora, educadora, compositora y narradora de historias. Dirige binäh – espacio de arte, un lugar de educación e invención. Fue curadora educativa de la Fundación Bienal de São Paulo (de 2009 a 2014), directora del área educativa del Instituto Tomie Ohtake (de 2002 a 2014) y es asesora en el área de arte y educación para varias escuelas y museos en diferentes estados del país, además de haber publicado diversos materiales educativos para instituciones culturales y 30 libros para el público infanto-juvenil. Como artista, ha expuesto regularmente desde los años 80 y más recientemente lanzó su primer álbum musical Canoa.
¿Cómo se produce este cruce de intereses a lo largo de tu trayectoria?
Creo que todo se relaciona con mi infancia. Mi trayectoria profesional se funde de forma espiral con mis experiencias de formación. El binäh, que creé hace diez años con mi compañero Fernando Vilela, recuerda mucho el patio de mis tías en Araraquara, donde crecí y me cuidaron. Las tres eran solteras, tenían una casa muy sencilla y una de ellas, la tía Lilita, era profesora de francés y tenía un paraguas que abría para contar historias. La tía María tocaba el acordeón, daba clases de arte en el patio y me contaba muchas historias de la Biblia, desde las más terribles, de cortar la cabeza, hasta las más increíbles, en las que el mar se abría. Para mí, aquel lugar era algo épico, era todo muy fantástico.
Ellas fueron, de alguna forma, responsables de mis elecciones. Influyeron en el modo en que construí binäh, así como mi primer trabajo de canguro a los 14 años o mi decisión de estudiar periodismo en Campinas, porque quería ser escritora, para hablar de la biografía de las personas a partir de los acontecimientos más ordinarios.
Con 17 años, trabajé como profesora en prácticas en una escuela y al mismo tiempo trabajaba en el educativo del MAC de Campinas, así que, desde siempre, circulé entre el museo y la escuela. Siempre conté historias, viví una temporada como narradora de historias, de ahí la presencia de las narrativas en los trabajos. En 1987, fui seleccionada para actuar en la Bienal de São Paulo como educadora y como artista en el Centro Cultural São Paulo. En esta época, había dejado el periodismo y estudiaba pedagogía en la Unicamp mientras tomaba clases de arte con el pintor Heitor Takahashi, Guto Lacaz, Carlos Fajardo, entre otros.
Durante todo este tiempo, los niños siempre me inspiraron, ellos fueron mis mayores maestros. Mi trabajo parte de la observación de las relaciones con las que se materializan los acontecimientos de los seres vivos: el modo en que la semilla germina y cómo el agua de esa semilla que germina marca el algodón.
Ser madre me permitió expandir mi expresión y afinar el proceso del dibujo para acercarme a la idea. Empecé a hacer maquetas, porque podía hacerlas en la cocina de casa. Hice muchos talleres con mis hijos, experimentando varias materias, hacer guarradas, cantar para ellos, hacíamos teatro. Me divertí mucho como madre, aunque haya disminuido mi presencia en las artes, que exige relaciones, acompañar las inauguraciones, hacerse presente. Pero siempre mantuve una constancia de trabajo, hice exposiciones, incluso cuando actué como directora del área educativa en el Instituto Tomie Ohtake y curadora educativa de la Bienal.
Cuando terminé mis actividades en la Fundación Bienal, estaba tan exhausta que comenté con mi compañero: creo que quería cambiarlo todo, quería ser cantante, pero ahora es tarde… En realidad, siempre compuse y canté, pero no había tenido tiempo para compartir esas experiencias, el disco Canoa es resultado de una vida entera cantando en familia, con amigos o trabajando.

Maquetas y dibujos en la exposición Mirantes, Sesc Registro, Registro, 2019. Foto: Stephany Tiveron.

Obra-taller Mirantes, Sesc Jundiaí, Jundiaí, 2019. Foto: Acervo de la artista.
¿En esta trayectoria intensa, actuando en diferentes frentes, cómo percibes las adversidades enfrentadas por el hecho de ser mujer?
Existe un prejuicio contra la mujer que en mi caso se acopla al prejuicio hacia la educación, que en Brasil, aún es percibido como algo menor, por tratarse del campo del cuidado, entendido como un papel femenino. Pero también por el hecho de que, como mujeres, somos multi, de tener varias áreas de actuación. Por increíble que parezca, siento que existe un prejuicio en relación a tener varios quehaceres diferentes, en oposición al artista, músico o educador «a tiempo integral».
Pero en realidad, todas estas cosas se interpenetran: Yo también escribo libros y, para mí, todo esto forma parte del mismo universo. Yo no hago cosas tan diferentes así, aunque para el mundo aparezca con diferentes lenguajes. Sin embargo, como mujeres ya somos multitareas: Cantamos para nuestros hijos mientras cocinamos, cosemos o contamos historias. Hay mucho prejuicio en relación a esto porque en un mundo especializado esta conexión entre quehaceres no tiene sentido. Yo nunca dejé de ser artista por ser educadora, así como nunca dejé de ser compositora o escritora por ser educadora y madre. Son necesidades de expresiones específicas.
El mundo de las artes aún es muy masculino. La mayoría de los directores y curadores de museos son hombres, tenemos excelentes curadoras que hacen un trabajo muy consistente, pero basta con mirar a los principales museos de São Paulo: en su mayoría están compuestos por liderazgos masculinos. Y en lo que respecta a las colecciones privadas y al mercado de arte, son hombres del mercado financiero, los principales coleccionistas son hombres administradores.
Gran parte de los museos son administrados como empresas, teniendo que presentar resultados, número de participantes, imponiendo una sobrecarga de trabajo y una impersonalidad en las relaciones que nada tiene que ver con el universo del arte. En contraposición a este tipo de pensamiento, estoy a favor de un ecosistema más integrado de las relaciones, donde cada participante ocupe su lugar con diferentes propósitos, pero que exista la posibilidad de una colaboración para la construcción de un espacio común.

Público interactuando con la obra-taller Lugar para Plantar, Sesc Osasco, São Paulo, 2015. Foto: Acervo de la artista.
¿Y cómo relacionas todas estas cuestiones con ser mujer?
Ser mujer es tener que ocuparse de todo eso, de mantener a los hijos, crear tus obras, divertirte, cuidar de tu cuerpo, de tus compañeros, de la familia y de tu vida, de la alimentación, del trabajo. Y de las relaciones que quedan siempre a nuestro cuidado. Siento que los educativos en los museos cuidan esencialmente de las relaciones, ya sea con el mundo externo o dentro de la institución. Este trabajo permanece invisible, pero es estructurante. El trabajo de una madre es estructural para una familia, pero ella fácilmente es acusada de negligencia. La mayoría de las profesoras son mujeres, y a veces parece que existe una responsabilidad social de ellas para con los alumnos. ¿Y el resto de la comunidad, qué responsabilidad tiene?
Siempre fui una luchadora de la voz del educativo dentro del museo y de la voz del arte en la escuela. Pero lucho con alegría, creo que luché como una persona delicada. Y fue muy duro, porque no siempre tuve mis luchas reconocidas.
Hemos caminado mucho como mujeres y artistas, pero aún existe violencia y silenciamiento. Hay mucho trabajo por hacer para que el mundo respete esta delicadeza, esta fuerza afectiva, en el sentido de ser afectadas por el mundo, de ser permeables por el mundo.
Mirando hacia atrás, percibo que re/existir a cada momento fue sufrido, pero importante. El enfrentamiento es agotador, pero si hay calidad en los encuentros es muy nutritivo. Pese a los conflictos, me acuerdo de mucha alegría en mis trabajos junto con mis pares y con los públicos, una alegría revolucionaria. Reír a carcajadas, reírse de la propia miseria, poder divertirse trabajando.
En Brasil, percibimos históricamente una línea de pensamiento artístico que tiene como foco la educación o la creación de espacios de integración, libertad, salud y vitalidad social. Son varios los momentos históricos en los que encontramos este tipo de producción, pero algunos puntos son ineludibles: los Domingos da Criação promovidos por el curador Frederico Morais que acontecían en el espacio público del MAM-RIO (RJ) en la década de 1960 o el cambio de paradigma de artistas como Lygia Clark y Hélio Oiticica, hacia una perspectiva menos jerárquica en la producción artística. Ubico tu trabajo claramente en esta línea de pensamiento y veo que actualmente muchos artistas entienden su práctica a partir de la creación de relaciones, en la que la figura del artista genio se desvanece, para ser un agente que provoca el acontecimiento. ¿Cómo entiendes esta fusión entre el gesto artístico y la acción educativa?
Me siento parte de este linaje de artistas, educadores, proponentes de acciones. Las acciones educativas que hago son invitaciones al estado del arte, tanto cuanto una obra de arte.
Cuando yo miro a las diferentes acciones en mi vida, creo que hay una cosa en común que son los procesos, desde estudiar junto con el equipo de la Bienal todos los viernes, en reuniones que involucraban cuestiones de producción hasta estudios compartilhados sobre las obras. Percibo que siempre estoy en este estado de arte – estado de taller – mientras arreglo una mesa, preparo una cena para invitados, son siempre procesos. Cuando nos acostamos en el sofá con los hijos para conversar o los intercambios con nuestros cónyuges. La madre que es viejita y necesita de nuestra disponibilidad para hablar y estar junto. Siempre estoy preparándome, preparando las clases, preparando las obras, preparando talleres. Preparando para, para hacer con, preparando para las personas, para hacer con ellas. Y creo que esto no es diferente de un agricultor, de una persona que trabaja la tierra que prepara y vive los procesos de la siembra.
Es así como me aproximo a las ideas, a los proyectos artísticos. Dibujo, hago maquetas, me acerco poco a poco a las configuraciones que aquello va teniendo. Algunas veces, siento una electricidad al empezar un trabajo y al mismo tiempo una incomodidad por no estar aún configurado. Un desasosiego. Esto aún me ocurre con grupos de niños, incluso teniendo tanta experiencia. Siempre surge cierta timidez al principio, una aproximación poco a poco. No es que llegue de una vez, es poco a poco que voy creando esa atmósfera junto. Conviviendo, creamos intimidad entre personas y con otras especies, con las ideas y también con las materialidades. Es procesual y vital.

Vista general de la exposición Circuito de Narrativas Líquidas en la Central Galería de Artes, São Paulo, 2013. Foto: Acervo de la artista.

Circuito de Narrativas Líquidas (detalle) en la Central Galería de Artes, São Paulo, 2013. Foto: Acervo de la artista.
En 2013, realizaste la exposición Circuito de narrativas líquidas en la Central Galería, donde el público era invitado a interactuar de forma contemplativa en la exposición. ¿Podríamos decir que ese momento dio inicio al proyecto Lugares, que también tiene que ver con esa cuestión de compartir procesos, y que ocurrió en varias unidades del SESC (São Carlos, Bauru y Osasco, Santana, Belenzinho, Bom Retiro) al año siguiente? ¿Es aquí donde surge la idea de “obra-taller”?
Para mí, los universos del arte y de la educación tienen muchas cosas en común. El modo en que preparo las clases tiene que ver cómo hago arte. Mi intención fue juntar estas dos vertientes y también otras áreas de conocimiento que me interesan, las narrativas, los libros, la música, la relación con las otras naturalezas.
Para la exposición en la Central Galería, me propuse hablar con las personas durante el montaje de la exposición, por eso dibujé las sillas de balanceo, para que las personas pudieran quedarse en el espacio balanceándose y mirando los dibujos. Fue una exposición donde compartí por primera vez todo el proceso de elaboración, que generalmente queda invisible para quien visita las exposiciones. Fue un momento de viraje en mi trabajo como artista y educadora, me quedé 15 días montando la exposición y durante ese tiempo hice varias conversaciones con otros artistas, educadores, psicólogos, curadores.

Lugar para desenhar, Sesc Belenzinho, São Paulo, 2015. Foto: Acervo de la artista.

Lugar para criar espaços, Sesc Santana, São Paulo, 2015. Foto: Acervo de la artista.
Las «obras-taller» nacen de esa experiencia. Una obra de arte y al mismo tiempo un taller de trabajo. Mi voluntad inicial era montar los Lugares dentro de la escuela pública, pero la oportunidad de realizarlos en el Sesc fue un privilegio por la diversidad de públicos. Para la exposición de Só no nós conseguí una elaboración más alquímica, de un té que se convierte en tinta, donde es posible mezclar piasava con tejido, con estacas, algo más mezclado, sin forma definida.
Los proyectos Lugares, Só no nós o Mirantes me recuerdan mucho a cosas que suceden en binäh, donde creáis un ambiente que invita a una contemplación activa, espacios que albergan una pausa, un desplazamiento de las tareas cotidianas.
Las clases que preparamos en binäh son espacios de invitación a la experimentación, a la invención, pausa de una acción mecánica para iniciar otra con atención. La invención también está muy presente en lo cotidiano, y la usamos en muchas acciones. En binäh cada persona del equipo tiene una manera de disponer un contexto para recibir a las personas, un modo singular de invitar a los talleres. Algunos son más caóticos, otros más detallistas o incluso inusuales creando vecindades insólitas entre los materiales, y eso tiene que ver con las elecciones que cada uno hace, con su personalidad, sus intenciones y con las relaciones que inventa entre las materialidades y preguntas/investigaciones.
Pero he pensado mucho en el derecho al sosiego, a la pausa (título de mi próxima exposición que se inaugura en marzo). Tal vez eso, en mi día a día, sea de las cosas que más echo de menos. De estar horas balanceándome en una mecedora o hamaca, mirando hacia fuera y hacia dentro al mismo tiempo. Muchas clases, proyectos de educación y arte surgen del balanceo. Una pausa como espacio de invención. El estado de taller también puede ser esta pausa.

Habitar em Com Tato, obra-taller en la exposición Só no nós, Centro Cultural Britânico, São Paulo. 2015. Foto: Acervo de la artista.

Pela Gota, obra-taller en la exposición Só no nós, Centro Cultural Britânico, São Paulo. 2015. Foto: Acervo de la artista.
En Banho de Canto exploras el sonido de una forma plástica, en que la interacción colectiva es necesaria para que la obra suceda. Este proyecto tiene la peculiaridad de colocar el sonido como evocación del repertorio estético de cada uno. ¿Qué provocó este trabajo?
Ese deseo de cantar con los otros. En realidad, fue el valor para cantar junto, porque yo tenía muchas ganas de ser cantante, pero ya tenía 50 y pico años y pensaba, ¿cómo voy a iniciar una carrera de cantante a estas alturas de la vida? Banho de Canto genera esa oportunidad para poder cantar con los demás. Dibujé la estructura y colgué en ella instrumentos musicales y otros objetos: Tambores, sonajeros, reco-recos, maracas, silbatos, campanas, palanganas entre otras cosas que tenía en el taller. Lo divulgué en internet y venían personas que yo no conocía. Inventamos un ritual en el que, primero «bañábamos» a las personas de viento con abanicos y después, alguien se sentaba en una silla de balanceo dentro del Banho de Canto mientras las demás cantaban, tocaban y giraban en torno a la estructura. Cuando terminaba la música, otra persona se sentaba en la silla para tomar el baño de canto. De este modo, la «obra-taller» va sucediendo, con músicos y no músicos, con todos los que quieran participar. Una vez, un amigo me dijo que parecía una sesión de exorcismo. Creo que haciendo arte en conjunto nos limpiamos, nos transformamos y nos vitalizamos.

Banho de Canto, obra-oficina, 2018. Foto: Acervo da artista.