Carla Andrade. Tras la promesa del Abismo
Paula Cabaleiro MIRANDO a Carla Andrade
Cuando indagamos en la obra de esta joven artista gallega, intuimos múltiples referentes, lecturas y viajes. Fotografía, pintura y cine experimental. El paisajismo americano de James Benning, Sharon Lockhart o Nathaniel Dorsky, las tempestades románticas de William Turner o las escenas inquietantes de Caspar David Friedrich, «los jardines de polvo» de Bernand Plossu o los parajes fílmicos del gran Peter Hutton. Poesía, pensamiento y filosofía. También el neobudismo de Shopenhauer, la idea de poesía como apropiación de la realidad de Hölderlin o Bachelard, el concepto de «imagen-tiempo» de Deleuze o las reflexiones de John Berger, Rothko, Oteiza y muchos otros artistas y pensadores. En la obra de Carla apreciamos la impronta de todos ellos, tras el filtro de una mente inquieta que alimenta una pulsión investigadora en cada uno de sus viajes.
Desde sus primeros proyectos fotográficos hasta sus proyectos fílmicos que la sitúan en una suerte de intersección entre el cine documental y el experimental,Carla Andrade no ha dejado de evolucionar, aunque manteniendo la misma esencia conceptual. Manifiesto desde sus primeros proyectos, como «Biocentrismo del sueño» (2010), su paisajismo observacional trataba de situarse en el plano del distanciamiento para captar una realidad objetiva, no mediada por el humano, no intervenida, despejando el paisaje de referencias temporales. El individuo ya se representaba en estas primeras instantáneas como un ser desligado del protagonismo, como un elemento más en el juego relacional entre naturaleza y territorio. La identidad individual se perdía para proyectarse en lo primigenio, desde el «ser ahí», para reconocerse como identidad en el propio paisaje. La dimensión de lo irracional, lo emocional y lo poético se funden de forma consustancial en sus imágenes, donde la naturaleza se muestra tal y como es, con todo su misterio, su gravedad, su levedad y su sugerencia.
Probablemente sea en sus posteriores proyectos, «Last Return» (2011) y «Paisaxe Suspendida» (2012), donde podemos ver a la Carla más pictórica. Su objetivo fotográfico capta tempestades, envueltas en bruma, viento y mar agitado, que nos hacen recordar las escenas sublimes del romanticismo alemán y británico, donde la fragilidad subyacente del individuo nos desvela la dimensión más emocional del paisaje. El hombre, minúsculo ante la inmensidad arrolladora de las fuerzas naturales, se sitúa ante el abismo, al mismo tiempo que se acerca a lo divino, a lo místico, mientras que la montaña se presenta ante él como hito, como icono de elevación espiritual.
El carácter aventurero de la artista se presenta latente en cada fotografía de la serie «Paths to Land» (2012), donde el camino se presenta como origen de una narrativa experimental y experiencial: el camino se hace mediante el recorrer, el caminar, como método de conocimiento, también como práctica estética. Como las carreteras californianas de James Benning, donde el tiempo se suspende y se evidencia en el cambio: el pequeño cambio simbólico que aporta la poesía de la bruma, de la luz, de las nubes, de la condensación. Las carreteras de Carla Andrade se pierden en el misterio de una curva, en la promesa de una niebla, en la densidad de una sombra, como una deriva. Una deriva vital ante lo desconocido, una curiosidad innata del individuo por conocer el territorio mediante su exploración.
Y la nada y el vacío se vuelven protagonistas en «Geometría de Ecos» (2013). La nada como ausencia, pero también como lo infinito. En esta serie nos encontramos ante la expresión formal del cero, la fisicidad de la presencia mediante su ausencia y el vacío como su único límite real. Y al mismo tiempo, será con este proyecto, donde la artista transcienda los propios límites de la representación fotográfica. La nada transgrede los límites de la representación para, precisamente, «presentarse». La luz y la instalación irrumpen en sus exposiciones. El blanco como el no-color, como lo neutro.
Y la curiosidad innata de Carla Andrade la llevará también a tratar de indagar en la temporalidad del paisaje desde esa ausencia, precisamente a través del proceso fílmico, del movimiento. Lento. Íntimo. Perceptible. O apenas imperceptible. Carla Andrade llega al videoarte tras pequeñas (y tempranas) experimentaciones y algunas interesantes colaboraciones con otros cineastas y videocreadores. En «Geometría de Ecos» (2013) incluye así, además de fotografía, videos experimentales que presentan planos fijos, tomas de la naturaleza donde «casi» no sucede nada. O sucede todo. Volvemos al tiempo como cambio. Al vacío como límite máximo.
En sus videocreaciones se enfatiza más el interés de Carla por explorar las relaciones espacio-temporales con/desde/en el paisaje a través del cine más experimental. El tiempo tal y como lo percibimos, que no exactamente el tiempo real. Sus proyectos exploran precisamente esos límites: el límite de la realidad, el límite del tiempo. Porque en realidad el tiempo afecta a la forma en que percibimos un lugar.
Así, en sus últimos proyectos, «Llueven manchas de tiempo» (2014) y «Kuch Nahi» (2015), asistimos a una continuación sobre la investigación sobre estos dos conceptos: vacío y tiempo. En el primero, desarrollado en Nepal, aborda el «vaciamiento» como método, como preparación del «estado del espíritu”, para alcanzar la plenitud y la eternidad. En el segundo, la nada (Kuch Nahi, que literalmente significa “algo que es nada”) recorre el desierto de Atacama, como símbolo de viaje interior/exterior, enfrentándose a la aspereza originaria de un espacio árido, hostil, casi metafísico, despojado de todo. O de nada. La nada habla desde la fotografía mínima (e íntima) y desde el proceso fílmico (discreto, fijo, cómplice, en proceso). El ritmo, el cambio, lo visible, lo invisible. Todo entra en juego. El silencio. La luz. El amanecer. La sombra. La ocultación. El fragmento y lo que no se ve. Lo que vela. Lo que desaparece. Lo que sugiere. Lo que provoca. Como esos » jardines de polvo» del gran Bernard Plossu, donde registraba el cambio en pleno desierto, desde una humildad fotográfica que rozaba la perfección, en un acto puro de investigación poética. Y si el paisaje es perenne, es justamente en su variación. En sus ínfimas variaciones.
Carla Andrade se presenta como una de las grandes promesas en el panorama en el paisaje contemporáneo, desde la fotografía y el cine experimental, por su capacidad de sugerir, de captar, de presentar y representar. Incluso la nada. Incluso la ausencia. Esas escenas que suspenden el tiempo, que aguardan al suceso. Aunque este no llegue necesariamente a acontecer.
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