Ana Matey. El tiempo como materia y material
PAULA CABALEIRO mirando a ANA MATEY
El proceso y la acción. Observar, esperar, desplazar, acumular.
Reaccionar, intervenir, resistir. Resistir desde el cuerpo.
Recolectar hasta materializar un tiempo. Tiempo permanente. Tiempo intermitente. Tiempo efímero.
Tensar binomios elásticos. La fragilidad y la resistencia. Lo natural y lo artificial. Lo sólido y lo líquido, lo fluído.
Ser individuo. Ser espacio. Ser memoria.
La obra de Ana Matey (Madrid , 1978) nos desplaza a situaciones donde el cuerpo es medio, canal y fin en sí mismo, material dúctil en esa simbiosis relacional con el mundo. El tiempo, la memoria y el proceso son conceptos protagonistas en su obra. Performance, acciones y foto-acciones, micro-acciones, que muestran de una forma directa los procesos. Matey dibuja una suerte de gramática del espacio, donde su cuerpo se enfrenta a situaciones improvisadas, donde los materiales y su comportamiento marcan un guion no escrito. El proceso creativo, partiendo de un constante proceso investigador, se convierte en elemento liberador para la artista, que reacciona a una cadena de situaciones y de resistencias, generando microprocesos artísticos dentro de cada proyecto. Arte y vida diluyen categorías, para conforman una misma curiosidad por el entorno en el que vivimos y sus códigos implícitos y explícitos, construyendo identidades poliédricas en esa convergencia. El comportamiento de los materiales, los diálogos con el espacio y los estímulos externos, la interacción con las personas. Cada uno de estos parámetros implican cambios, torsiones, bifurcaciones, otros caminos que se recorren desde esa colectividad, desde el accidente.
Con Ana Matey recuerdo las prácticas artísticas de los grupos situacionistas, con derivas por la ciudad, donde las acciones sucedían en una deambulación, un proceder natural de ese camino, de ese caminar como práctica estética, poniendo en movimiento todo el cuerpo, incluso el social. Las observaciones y derivas de Matey concluyen en situaciones y reflexiones de carácter artístico, filosófico, poético, antropológico o social, con las que “empatizar” o formar parte no es una opción voluntaria. Las personas que presencian una de sus performances “entran” en determinadas situaciones porque emocionalmente se provoca un vínculo. La cotidianeidad desata lugares comunes, provoca emociones convergentes y evoca recuerdos individuales (incluso colectivos).
El tiempo emana como protagonista. El tiempo transcurrido. Lo atemporal. La huella del tiempo. Sus marcas. La temporalidad de una acción, que dura y recorre un tiempo. La capacidad de congelar ese tiempo, o la impotencia al ver como ese tiempo escurridizo se desvanece. Sus obras utilizan el tiempo como materia y material. Dibuja líneas temporales, que se suceden, se solapan o se atropellan. También líneas periódicas, que marcan una metodología de creación, un proceso, una cartografía. Una cadencia. Una recurrencia.
Las líneas horizontales y las verticales, en ese juego del cuerpo con el espacio que lo contiene, el territorio, son aspectos transversales en toda su trayectoria. También esas fricciones entre lo natural y lo artificial, en esa disyuntiva relacional entre cuerpo y contexto. Y la recolección y acumulación de materiales, objetos o elementos. Esas acumulaciones construyen significados, transforman las situaciones, plantean cuestionamientos y problemáticas, a las que la artista responde.
Tuve la suerte de contar con las acciones de Ana Matey en varios proyectos. En “Diferentes maneras de hacer llover” (abriendo la feria de arte contemporáneo Cuarto Público en Santiago de Compostela, en 2016) nos hizo evocar la humedad de la lluvia sobre nuestras cabezas, a pesar de la imposibilidad, de encontrarnos en un interior. A través de la interacción con diferentes materiales, el sonido de la lluvia se inmiscuía en nuestra mente, provocando poesía. Cadencias y movimientos periódicos, en una sintonía emocional con aquellos elementos, su cuerpo provocaba sonidos, que a su vez, reproducían imágenes, acciones y reacciones. Fue el único cuerpo que sintió físicamente el tacto del agua, aunque todas y todos pudimos sentirla con ella.
Más recientemente, fue portada de la tercera edición del programa “Mulleres en acción: Violencia Zero” de Deputación de Pontevedra, del que soy comisaria. Para este proyecto realizó una pieza increíble sobre la fragilidad (sentida, obviada, violada, estrangulada…). Recuerdo perfectamente lo que sentí aquel día. Permitidme que lo comparta con vosotros/as.
‘La fragilidad envuelta en un plástico con burbujas. A modo de crisálida, el aire ejerce de protección, ampara los golpes, mitiga la violencia. Pero también es límite, frontera, velo, ante una realidad que transluce a través del plástico que nos impide ver con nitidez. Ana Matey comenzó así su performance “Sobre la fragilidad”, deslizando el plástico que recubría su brazo, impidiéndole, en cierta medida, “ejecutar”. En una suerte de danza, delicada y circular, giraba sobre sí misma para zafarse de una protección que se antojaba casi atadura. Al mismo tiempo, esa atadura se extendía como una cuerda, haciéndonos partícipes de un circulo cómplice, con decenas de manos apretando, estrangulando y retorciendo esa “aparente” fragilidad. Contradicción y tensión recorría mi cuerpo en ese momento. Explotar aquellas pequeñas balsas de aire… anulaba la protección? O tal vez, eliminaba la sensación de fragilidad?
La vulnerabilidad de una hoja seca, de la naturaleza muerta, cobraba entonces protagonismo. La artista sostenía en su boca el extremo de esas hojas, que se acumulaban en su rostro, quebrándose, susurrando en cada grieta, tras el esfuerzo de la artista por sujetarlas.
Una piedra entra en escena. Siento la dureza de esa piedra, la resistencia al paso del tiempo, su peso, sus aristas cortantes y la gravedad, cuando Matey la sitúa en lo alto de la cabeza. Le cuesta mantener el equilibrio, tratando de concentrarse en el eje central de su cuerpo. Hincha un globo, lleno de semillas. Una nueva balsa de aire, que crece y crece, con el esfuerzo de los pulmones de la artista, que parece aguantar y soportar el ritmo, en un acto de resistencia. Resistencia al peso de la piedra, que amenaza con caerse en cada paso. Resistencia física, depositando otro impulso de aire a ese globo que amenaza con estallar. La fragilidad reside ahora en la resistencia del cuerpo. Y en esa empatía, te sitúas con Ana Matey, resistiendo, deseando ayudarla en el siguiente paso. En el siguiente soplido.
Puede que la performance, realizada en la emblemática Plaza de la Peregrina de Pontevedra aquel 25 de noviembre de 2017, emergiese de una aparente fragilidad. Pero las sensaciones con las que acaba(mos) nos situaban en la fuerza, en la resistencia, ante todo aquello que pudiese dañar(nos), violentar(nos), privar(nos) de libertad.’
Así, Ana Matey, nos emociona en cada una de sus acciones, sencillas y directas, pero con una gran dimensión simbólica y metafórica, provocando nuestro cuestionamiento, nuestra reflexión. Desde un relato abstracto sobre las distintas relaciones con el mundo que nos rodea, nos evoca lo concreto, lo social, lo colectivo y lo universal. Cómo? A través de la esencia de la performance: hacer(nos) sentir.
Paula Cabaleiro.Web. Bio en MMM
© Ana Matey. Web. Bio en MMM