Ana Fernández, artista «amplia y polifónica»
Paulina León MIRANDO a Ana Fernández
Ana Fernández nació en 1963 en Quito – Ecuador. Se graduó en el San Francisco Art Institute en EEUU y recibió su Maestría MFA en Dibujo y Pintura de California College of the Arts. Actualmente estudia un PHD por el Institute for Doctoral Studies in the Visual Arts IDSVA. Desde 2007 su vida ha transcurrido entre Quito y San Francisco, donde es docente en Foothill College. Ha sido Artista en Residencia del Women’s Studio Workshop en New York en 2004 y ha ganado varios premios entre ellos el Pollock Krasner Foundation Grant en 2005.
Su práctica artística oscila entre el dibujo, la pintura, la escritura de textos poéticos y críticos, las prácticas sociales y educacionales basadas en el arte. También se ha desempeñado como directora del Centro Cultural Metropolitano de Quito en el año 2014. De carácter polémico y de fino humor, su trabajo es indispensable para contar la historia de las artes contemporáneas del Ecuador, más aún del trabajo realizado por artistas mujeres.
Ana, en la generación de artistas ecuatorianos a la que perteneces hay una prevalencia fuertemente masculina. Me atrevo a decir que eres la artista mujer de esa generación más visible, que ha sabido mantener un trabajo sostenido y una voz en el medio artístico. ¿Cuál fue tu estrategia para sobresalir en ese medio tan masculinizado?
Pienso que ser tenaz y terca, no dar pie a críticas maldicientes y visiones sesgadas o miopes que abundan en el medio. Además, y muy importante, ser tremendamente apasionada por el arte y pensar que es un medio para la reflexión, para la resistencia y para cambiar el mundo.
Tu trabajo artístico desde mediados de los 90` ha sido crítico con la construcción patriarcal de una idea de nación. ¿Obras como “Valientes hombres de mi patria” (1997) o “Que la Patria os premie” (2000 – 2002) engendraban ya una postura conscientemente feminista?
Sí. Me formé en un medio muy liberal como San Francisco, California y me hice adulta ahí, con todo lo que eso conlleva para la formación de un pensamiento abierto a la multiplicidad y a una polifonía de saberes y voces. Cuando regreso en 1996 a Ecuador, después de 10 años fuera, me encuentro con un medio tremendamente machista y «mainstream» contra el que he tenido que luchar a brazo partido desde mi postura artística y de mujer.
Para mi una de las obras hito en tu carrera es el performance “Hasta la vista baby!” (2001), procesión fúnebre por la muerte del Sucre cuando la economía ecuatoriana fue dolarizada. Ahí tú, vestida de Mariscal Sucre caminaste por el Centro Histórico de Quito hasta el Cementerio de San Diego donde serías enterrada. Fuiste el pretexto para una catarsis colectiva de cientos de personas. Esa acción superó toda expectativa. ¿Qué cambió para ti a partir de ese momento en tu quehacer artístico?
Muy buena pregunta, me haces reflexionar sobre el cambio. No sé si se dio ahí o es algo que sucede con el crecimiento de una visión. Creo que me di cuenta de que lo popular en el arte me atravesaba fuertemente y que mi lugar por excelencia era la calle y su tráfago. A partir de ello nacen ideas de performance que siempre tienen que ver con esa interacción con lo público y con los públicos.
Algunos años más tarde nace Miranda Texidor, tu alter ego con el que performas. ¿En que circunstancias surge y quién es ella?
Miranda Texidor surge en San Francisco, desde una necesidad de autoafirmación, pero alejada de las prácticas artísticas de frontera y migración que son tan comunes en los artistas inmigrantes. Yo hacía una maestría y me encontré con otra Ana Fernández, artista muy conocida en San Francisco, California. Pensé que mi nombre de pila era demasiado común para esta persona que yo estaba engendrando, mitad charlatán, mitad filósofa. Empecé a preguntarme qué nombre sería apropiado para un personaje así.
Una mañana, una mañana linda, el nombre me amaneció y así me llamé. En realidad quisiera ser únicamente conocida como Miranda Texidor, de hecho hay gente que me llama así, pero el nombre familiar pesa y son necesarias circunstancias poderosas para sacarlo de circulación. Hoy en día no hago distinción entre Ana Fernández y Miranda Texidor.
Es más, me llamo Ana Fernández Miranda Texidor aunque suene a supercalifragilísticoespialidoso. «Miranda performa y es calle, no tienen padre ni madre ni perro quien le ladre,» más o menos así te la describiría. Es un ser sin historia de familia que la ate a nada (que no sea «lo curatorial»). Es un personaje que se embebe de su conexión relacional con el entorno y con quien habla. En «Poemas de amor» hablo con la gente, me cuentan su historia, me transformo en terapeuta. Lo mismo pasa con «Te leo las cartas» donde leo el Tarot de Camoin o Marsella y me comunico con la gente de una forma terapéutica, como si fuera un sicopompo. Utilizó tácticas situacionales como la deriva, la psicogeografía y el caos como aliados.
Amor de mi alma,
Mucho es el silencio
que entre tu vida y la mía
pesa…
Tus ojos de luz profunda
alumbran mi camino
y no imagino
el abismo desesperado
que sin tí mis días
prometen.
Ven a mí amada y perdona
el sufrimiento que
ha causado
a tu alma preciosa
mi cobardía envilecida…
tuyo,
XX
“Carta de amor” escrita por Miranda Texidor bajo pedido de
un policía que deseaba pedir perdón a su enamorada, 2006.
A la par de este trabajo performático y relacional con Miranda Texidor, desarrollas un trabajo manual laborioso, intimista, donde te haces preguntas sobre la existencia misma. Así nace “La Procesión” donde el caminar no es hacia fuera sino hacia dentro de ti. ¿Qué encontraste en este peregrinaje?
“La Procesión” implica un tránsito desde una exploración histórica de obras como «Que soberbio el Pichincha decora,» hacia el discurrir filosófico. Empiezo a preguntarme desde mi noción de sujeto, donde las variantes Freudianas y Jungianas de la psicología pueden abundar, por el Ser-espacio- temporal y la consciencia de las cosas (de una manera fenomenológica). “La Procesión” es parte de un poemario en prosa donde recojo mis preguntas sobre el ser y el yo, publicados como parte de mi tesis de maestría «El Museo en una caja de Miranda Texidor.» Veo mi trabajo entonces como una suerte de Matrioshka que se abre y arroja cada vez otra distinta. Las preguntas que planteo en “La Procesión” vienen de ese lugar intersticial entre el sueño y la lucidez, entre la diatriba y el desfile carnavalesco. Una polifonía multitonal, un contrapunto a todo momento. Esta obra abre un lugar en mi búsqueda para la conversación filosófica que finalmente es la que más me interesa.
En tu trabajo pones en valor técnicas, medios y motivos ligados a lo “femenino”. El dibujo, la pintura, la costura, las flores, la caligrafía, las cartas de amor, son elementos constitutivos de tu obra. ¿Cómo resignificar desde el estereotipo?
El estereotipo nos habla desde su lugar de «fantasma hegemónico» (Schürmann), poderoso con sus particularidades. El resignificarlo implica una singularización que nos permite ‘matar’ al fantasma. Así con los “Poemas de Amor” (con su cursilería implícita), con las flores y el bordado femenino, me permito hurgar en ese fantasma de la modernidad que es el ‘espacio femenino.’ Al ponerlo a jugar sobre el espacio contemporáneo de las estéticas relacionales, le doy otro sentido crítico, ahondando su sentido aparentemente pasivo.
Por último, en varias ocasiones has hablado del rol del artista como aquel que agencia. En este sentido, ¿cuáles fueron tus retos como directora del CCM? ¿Y cuáles siguen siendo los retos para las instituciones culturales de nuestro contexto?
Agenciar es una palabra maravillosa. Conlleva la’acción’ y la capacidad de ejercerla. Eso, en un contexto machista y misógino como el Latinoamericano, es profundo y serio. Las artistas debemos ejercer nuestra capacidad de agenciar en cualquier terreno, lo que implica ensuciarse las manos, meter cuchara, no ser santa de la devoción de muchos y mantenerte firme en tu ‘singularidad’ (ojo que no digo principios, que podría sonar jerárquico). Creo que el reto más grande que tenemos es el de ser amplias, polifónicas. No enmarcarnos en tendencias y modas, o seguir a quienes nos quieren imponer, desde una visión jerárquica de lo que vale y no vale, sus criterios cerrados y pueblerinos. Eso ha pasado mucho en nuestra cultura local. Hay que huir de esos agentes que dicen saberlo todo, tienen voces y personalidades omniscientes y dejan por fuera cualquier cosa que no va con sus pequeñas creencias. Tenemos que desenmascararlos y desmantelar ‘esos fantasmas’ uno por uno. La artista debe agenciar desde un lugar del conocimiento (en el sentido más amplio). No hay otra alternativa, sino te comen…entera.
Paulina León
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