Ainhoa Valle, la poética de lo invisible
PATRICIA SIMÓN mirando a AINHOA VALLE
Ainhoa Valle es fotógrafa, docente y terapeuta corporal, tres ámbitos que ella fusiona en una obra que es una continua investigación sobre cómo el arte puede contribuir a la transformación de las personas y la sociedad.
El trauma, el duelo y la identidad constituyen el epicentro de su trabajo, en el que la imagen y la palabra se despojan de todo lo superfluo hasta revelar lo invisible, aquello que, una vez visto, no podemos dejar de contemplar.
En sus dos últimos trabajos, Donde el río descansa y Matriz cero, Valle retrata ese destierro de la vida que supone la muerte del padre y las consecuencias de una enfermedad que sigue envuelta en un gran desconocimiento por afectar sólo a las mujeres, la endometriosis. La fotografía como terapia, la fotografía terapéutica que al documentar, revela cuestiones desconocidas, ignoradas o ninguneadas; que al narrar, devuelve explicaciones a quien enfoca; que al posarse en el pecho lleno de grapas, acaricia el pecho y agradece la función de las grapas; que al registrar, por última vez, la ropa tendida del padre, encuentra la salida hacia el futuro en la voz de la madre. Y así es como Valle transita también, de la fotografía, a la poesía y de ahí, a la oralidad.
Un viaje en el que Valle nos va mostrando qué significa ser hija, con el peso de la A, en un mundo heteropatriarcal; qué significa ser enferma, con A, en un mundo en el que la medicina sigue teniendo un sesgo machista; qué significa ser fotógrafa, con A, en un mundo en el que los hombres siguen definiendo el canon de lo que se entiende por arte o no; qué significa escribir, narrarse, mostrarse, siendo mujer, cuando aún sigue entendiéndose que cuando lo hacemos nosotras, producimos relatos dirigidos exclusivamente a otras mujeres. Y sin embargo, la obra de Valle, es rabiosamente actual, porque todo estos marcos, discursos y preceptos han saltado definitivamente por los aires gracias al resurgir rabioso del movimiento feminista en los últimos años.
¿Cuándo y por qué comenzó a fotografiar?
A los 22 años estuve diez meses viajando sola por la India donde terminé viviendo, entre idas y venidas, casi 7 años. Llevaba una cámara y se convirtió en mi herramienta para acercarme a lo desconocido. La palabra no me valía porque no conocía su idioma. Así descubrí la fuerza que tiene la fotografía como vía de comunicación.
Uno de sus primeros trabajos más significativos es el que realizó en una escuela de danza butoh en India. En él ya empieza a girar el objeto de atención de su cámara hacia adentro, hacia lo íntimo desde una mirada más experimental. ¿Qué fue encontrando en esta indagación?
Era 2008 y estaba buscándome como fotógrafa. En un primer momento me centré más en el cuerpo, en lo más obvio y figurativo, pero pronto empecé a abrirme a algo mucho más sutil. El butoh me enseñó a volver los ojos hacia adentro y reapropiarme de un espacio inabarcable lleno de imágenes al que, hasta entonces, no le había puesto atención.
Es como cuando por la noche te metes en la cama y empiezas a ver todo ese mundo que tenemos en nuestro interior. El otro día soñé con mi padre y fue maravilloso porque esa imagen tiene tanto impacto en mi vida como la que puedo ver publicada en un periódico. Nuestro cerebro no diferencia en términos de experiencia cuáles son reales y cuáles no.
Mi investigación con las butohgrafías tiene que ver con eso, con cómo cuando me paro, respiro y pongo la atención desde esa quietud, empiezo a ser consciente de las imágenes que se crean en mi interior y trabajo sobre ellas. Lo curioso es que esos pensamientos y esas imágenes suelen aparecer a un ritmo vertiginoso que hace que sea un proceso difícil de cerrar.
‘BUTOHGRAFÍAS’ – Ainhoa Valle from Áqaba Media on Vimeo.
El contacto con el cuerpo y con la meditación me han dado la oportunidad de entrar en contacto con otro ritmo, con el ritmo de mi propio cuerpo, más pausado, lo que influye también en mis procesos creativos.
¿Quiénes han sido sus maestros y maestras para aprender a retratar lo invisible?
Creo que la naturaleza ha sido y es mi gran maestra. He nacido rodeada de verde en una tierra que todavía no hemos logrado domesticar. A nivel visual me he inspirado más en la poesía que en la fotografía. Artistas como Ana Mendieta o Louise Burgeois me impactaron especialmente cuando comencé. Otros referentes orientales como Thich Nhat Hahn, Ramana Maharisi y maestros y maestras de butoh, del movimiento Provoke en Japón….
En poesía, he bebido de Walt Whitman, de Lorca o de Chantall Maillard. En 2006 una amiga me regaló su poemario Lógica borrosa. Versos como “Te supe frágil y desnudo/ tan frágil eras, tan desnudo/ que se quebró tu sombra al respirar” son punzantes, llegan al alma, generan imágenes.
Tras un trabajo tan especial como el del butoh, ¿cómo elige los siguientes?
Tengo la sensación de que los proyectos son los que me van eligiendo a mí. En la India, empecé a enseñar fotografía a unas niñas y descubrí que también era una herramienta para que se dieran cuenta de sus capacidades, que podían hacer mucho más que limpiar casas, tener hijos y atender a sus maridos.
Ahí aparece la fotografía participativa y doy un giro muy fuerte a mi carrera. Me formo como facilitadora y terapeuta gestalt y corporal y empiezo a indagar en otros usos de la imagen.
De hecho, trabaja como terapeuta gestalt con menores migrantes no acompañados.
Sí, son chicos que vienen con una energía, una fuerza y una creatividad descomunales. Poco tengo que enseñarles de lo creativo de la fotografía, pero sí necesitan referentes y acompañantes, una estructura. Y también es muy importante que aprendan a analizar y crear su propio discurso visual. Somos productoras y consumidoras de imágenes y tener un pensamiento crítico es fundamental.
¿Cómo desarrolla estos talleres?
Me centro en el proceso más que en el resultado. Buscamos generar un lugar de cuidado, de libertad, trabajar desde lo colectivo y el arte. Y eso es lo revolucionario; que puedan generar una nueva narrativa de su viaje, de sí mismos en un espacio donde se sienten vistos y seguros.
La fotografía se transforma aquí en una herramienta de transformación personal, de autorrepresentación y de curación. La cámara se vuelve espejo, en un testigo de una misma; nos acompaña y nos ayuda a observar y a catalizar la comunicación y la creación de un nuevo pensamiento.
Al mismo tiempo, su propio lenguaje ha evolucionado. A la vez que se deshacía de capas hasta dejar su fotografía reducida a destellos muy intuitivos de lo que quería contar, ha ido añadiendo la poesía y la música para construir multimedias. ¿Por qué?
La palabra y la poesía siempre han estado ahí, aunque no se viesen. Pienso la fotografía en movimiento porque somos movimiento.
En mis últimos dos proyectos, Matriz cero, sobre la endometriosis, y Donde el río descansa, sobre el duelo por el fallecimiento de mi padre, necesitaba todos estos elementos porque son una especie de canto de amor a la vida y la palabra, la voz y la música me permiten generar una atmósfera más orgánica y con más matices. El multimedia me parece un formato que potencia mucho el discurso y lo que le quiero transmitir.
El duelo es uno de los procesos más difíciles de narrar por lo íntimo que es. ¿Cómo fue encontrando la forma de hacerlo?
Donde el río descansa está construido desde una pulsión muy profunda. Son fotos que fui haciendo con el móvil durante los dos años previos a la muerte de mi padre que se fue una semana antes del confinamiento.
Un día, bajé a la copistería del pueblo, las imprimí todas en pequeño, las coloqué encima de la mesa y empecé a construir un relato que me llevó a los textos que había escrito en ese periodo.
Surgió un texto compuesto por pensamientos y frases sueltas porque aunque tendamos a pensar que todo es lineal, no lo es. El duelo son recuerdos, imágenes, palabras que van surgiendo de manera totalmente aleatoria. Y desde ahí vertebré la narrativa de este proyecto.
Donde el río descansa es el diálogo interno que mantengo con la voz de mi padre, con su ausencia. Recupera una parte de nuestro universo personal dibujando un recorrido poético de la memoria a través de las imágenes y las palabras. Es la contemplación de un vínculo que une a un padre y a una hija. Es un homenaje a las cosas que él amaba. Es también un intento de ordenar y nombrar la confusión que genera una muerte entre los que se quedan. El día de su muerte era jueves y dicen los pescadores que ese día, el río descansa.
A la vez que construye su relato sobre el duelo, sufre una enfermedad muy atravesada por la discriminación de género, la endometriosis. Apenas sabemos nada de ella porque nos afecta a las mujeres. Y crea el proyecto Matriz cero.
Mis padres han sido médicos así que he crecido con palabras como mioma, melanoma o linfoma totalmente normalizadas en mi vida cotidiana. En 2019, me diagnosticaron una endometriosis catamenial: el endometrio había llegado hasta el pulmón derecho causando un impacto en la pleura que se llenó de aire provocando un neumotórax. No pudieron explicarme qué estaba ocurriendo ni cómo había llegado hasta allí: en un año tuve cuatro colapsos pulmonares y dos operaciones. Fue una especie de búsqueda sin encuentro. La ginecóloga lo resumió muy bien: esto ha sido como matar una mosca a cañonazos.
Una de cada diez mujeres convivimos con esta enfermedad, pero se conoce muy poco sobre ella. A veces, el personal médico no es capaz de decir “no sé” y comienza una infantilización y una victimización de la paciente muy bestia.
Matriz Cero es un proyecto que surge de la necesidad de no comprender qué está ocurriendo en mi propio cuerpo. A través de la imagen trato de ordenar y nombrar lo que no entiendo y lo que no se puede ver. Decido generar unas imágenes en las que todo lo que veo sangra, como yo por dentro. Desplazo lo que ocurre dentro y lo llevo fuera, al paisaje que me rodea. Resignifico los lugares que habito y los vuelvo metáfora. ¿Puede sangrar un pulmón? ¿Puede sangrar un helecho?
Necesitamos hablar sobre la muerte y la enfermedad, y hace falta generar otras visualidades sobre ellas.
¿Y qué le dicen estos dos proyectos cuando los miras?
Cuando veo esas imágenes veo lo que soy y de donde vengo: una persona que mira lo pequeño, lo cotidiano, veo la poesía en la camisa de mi padre en un tendal, en el helecho… La belleza está en todas partes.
Me fui de la casa a los 17 años, he vivido en muchos países muy diferentes entre sí, y al final me doy cuenta de que allí donde vamos buscamos lo que nos es familiar, lo que nos conformó en la niñez.
Nací un 1 de noviembre, en casa de un oncólogo y de una doctora en anatomía patológica especializada en pulmón. Así que creo que tengo la muerte muy naturalizada. Y cuanto más presente la tienes, más cerca de la vida y del amor te encuentras.
La palabra a-mor etimológicamente es la ausencia de muerte, la ausencia de separación, y cuando hablas con tranquilidad de estas cosas, la gente se siente más cerca de sí misma, de ti y de la vida porque la vida es una fuerza que no se puede parar.
Las imágenes no son algo que son, sino que suceden; cada vez que las miramos las creamos de nuevo. Las fotografías están vivas, son como nosotros y nosotras: no somos, sucedemos.
¿Cómo cree que ha contribuido el feminismo a su creatividad y relación con su oficio?
En todo. Me parece una posición ante la vida, y una fotógrafa mira y habla de cosas que pasan en la vida. Mi bisabuela Ventura ya era feminista y no lo sabía. Se quedó viuda muy joven y con tres hijos. Cosió botones y remendó bajos para que fueran a la Universidad, en los años 30, con becas. Sabía que la educación era un camino a la libertad que ella no había tenido.
Y mi abuela también. Vengo de un linaje de mujeres que han luchado mucho y sé que tengo un oficio gracias a ellas y a sus generaciones.
En el proyecto de fin de carrera en la Universidad de Ciencias de la Información, en el 2003, me centré en las mujeres artistas olvidadas en el siglo XX. En una facultad de periodismo nadie me quería llevar el proyecto. Fue algo que me pareció surrealista. Casi no había referencias en las bibliotecas, algunos profesores me decían que esa temática no tenía ningún tipo de relevancia.
Descubrí a artistas como Ana Mendieta, Martha Rossler o Hanna Wilke que ponían el cuerpo en el centro de su obra. Se autorepresentaban tras muchos siglos de ser construidas a través de la mirada masculina.
Los 70 fueron un momento en el que algunas autoras comenzaron a reflexionar sobre la responsabilidad de la propia biografía y la autoría en los discursos dentro del arte. Convirtieron lo personal en político. Se dan cuenta de la fuerza que tiene la imagen y cómo hay que romper los discursos dominantes y llevar la fotografía a otros espacios.
Todo esto me interesa mucho, como persona y como comunicadora. Crear nuevos espacios que están aún en el proceso de imaginarse, de explorarse y que pueden ser de otras maneras. Queda mucho por caminar, pero hay algo que empieza a florecer después de muchas generaciones arando por detrás.
Patricia Simón. Web. Bio MMM.
Ainhoa Valle. Web. Bio MMM.
Imagen destacada: Butohgrafias, 2016